Todo parecía estar en silencio en aquella parte del edificio, hasta que una voz
proveniente del fondo del pasillo, cada vez empezaba a ser más nítida.
- ¿Que por qué me gusta mi trabajo? Es algo que no sabría contestarte, pero sí
puedo decirte, que me encanta entregarme por completo a él; es el olor
aséptico, el silencio, la tranquilidad al estar concentrado y en armonía conmigo
mismo o quizá, el placer de limpiar los utensilios después de tener la seguridad
de que se ha hecho un buen trabajo.
-¡Ey! ¡Ni te muevas! No te dolerá. - Con una habilidad pasmosa, el hombre
retiró el cuero cabelludo de la cabeza de la joven que yacía aún viva sobre la
camilla. Un grito estremecedor salió de los labios de la muchacha y luego se
desmayó.
- ¡Oh, no! ¿Te duermes? Yo que esperaba que aguantaras a ver esto…
El tipo sonrió de una forma malvada e irónica. Acto seguido, tomó la radial,
accionó el interruptor y un chirrido ensordecedor se propagó por toda la sala.
La joven volvió a abrir los ojos, sintió como el disco empezaba a perforar el
hueso de su cráneo. De nuevo gritó, en esta ocasión apenas fue audible con
tanto ruido. En menos de lo previsto, parte del trabajo estaba terminado. El
profesor forcejeó un poco sobre la bóveda calvaría hasta que esta cedió,
dejando al descubierto el cerebro.
- ¡Vaya! Mira que joya. Desde aquí puedo ver lo que piensas.
El teléfono sonó.
- ¿Sí? Si, ahora mismo voy. Corrijo este último examen y salgo de la facultad. -
Su mujer colgó, al tiempo que detrás de él, la figura aterradora de una mujer
con media cabeza seccionada, se acercó susurrándole:
- ¿Sabe su mujer este tipo de relación que tiene usted con sus alumnas?- El
bisturí que pasó de lado a lado por su cuello, dejó aquella pregunta, sin
respuesta.