El silencio se arrastraba por cada ínfimo rincón de aquella casa. En el rellano, la luz estaba apagada. La oscuridad inundaba el mundo que se ocultaba tras el portón de entrada, desconocido, preternatural y paralelo, pero de algún modo conectado con el que se extendía más allá de esta. Yo me encontraba en el quicio de la puerta. La luz exterior debía haber penetrado a través del hueco en el que me encontraba e iluminado la estancia, pero parecía no querer hacerlo. Como si un velo dividiese el interior de la casa del resto del mundo, la oscuridad dentro de ella se definía inexorable. La mitad de mi cuerpo que se internaba en la entrada estaba en guardia, alerta, protegiéndose de algo. De pronto, sentí una llamada desde dentro. Antes de que mi mente pudiera asimilarla, mi cuerpo respondió a ella, dejándose devorar por la negrura al entrar definitivamente. En cuanto tuve ambos pies sobre el suelo de la casa, algo cambió y pude percibir lo que me rodeaba a pesar de la oscuridad. Sentí la presencia de cientos de ojos mirándome y avancé lentamente por la escalera que ascendía frente a mí.
Tenía el vello erizado, pero aquello que me llamaba me impedía detenerme a pesar del miedo. En el rellano de la primera planta percibí algo que me obligó a detenerme. Ante mí se erguía una figura delgada, cuyos ojos, que brillaban de un modo extraño, me observaban con curiosidad. Cuando agudicé la mirada para tratar de percibir el resto de su rostro, el horror paralizó mi cuerpo. Lo que fuese que había ante mí no era humano. Una masa indefinida de carne putrefacta rodeaba los brillantes globos oculares que me observaban, y el resto del cuerpo, de algún modo antropomórfico, se ocultaba bajo una capa oscura. No pude gritar. Tan pronto como mis piernas reaccionaron, corrí escaleras abajo con toda la velocidad que fui capaz de alcanzar.
Lo sentía a mis espaldas. Lo que fuese que había visto al subir esas escaleras me estaba siguiendo. No oía pasos, pero podía notarlo. No miré atrás. Me abalancé sobre la puerta de salida, pero cuando fijé la vista al frente, no había puerta. El corazón se me quería salir por la boca. ¿Dónde estaba la maldita puerta?
De repente, no podía recordar cómo o por dónde había entrado en esa casa. Al girarme, pude confirmar que aquella figura monstruosa me había seguido. Además, a ambos lados de ella, los miles de ojos que había sentido en el rellano se materializaron en figuras igualmente putrefactas. Con horror, recordé que en el barro frente a la entrada había visto cientos de huellas que entraban en la casa, pero ninguna que saliera de ella.
Entonces miré delante de mí.
Al hacerlo, comprendí que todos los cuerpos descompuestos que me rodeaban eran cadáveres. Aquello que me había seguido desde el piso superior era un espejo que ahora flotaba ante mí. Tragué saliva y, entonces, el reflejo de mi propio cadáver putrefacto me sonrió.