Querida Amanda,
El Dr. Richard y tú teníais razón una vez más. No he podido dejar atrás eso que me perseguía, ni siquiera escondiéndome en el océano. Desde hace unos días, todo está ocurriendo de nuevo. O incluso mucho peor. Pensaba que podía escapar de ESO entre las olas, pero solo ha servido para aumentar su ira.
Los primeros días navegando con la tripulación no noté nada y siguió así hasta pasados diez días. Fue justo la decimotercera noche cuando empezaron a pasar cosas. Al principio eran cosas que apenas se notaban: cosas que desaparecen, movimientos extraños, arañazos en las puertas, contusiones inexplicables en mi cuerpo y una sensación de persecución constante. Todo eso sumado a unos terrores nocturnos tan brutos, que me despertaba en mitad de la noche bañado en un sudor frío. Helado, recorriendo toda mi columna vertebral y cediendo hasta los huesos.
Eso antes de sumergirnos en una niebla poco propia de esta estación del año y que ha copado toda visión de nuestro destino. Como si una mano invisible nos hubiera conducido a una ceguera y ambiente helador que no hace más que agravar esta quietud.
Pero ha sido hace dos días cuando comenzó el verdadero horror.
Los chicos lo achacaron a la tormenta de la noche, pero cuando esa mañana la cubierta amaneció llena de cuerpos de ratas y sus restos esparcidos, en un auténtico carnaval de sangre, me desmayé de la impresión. Desperté unas horas más tarde y apenas comí ese día. No tenía fuerzas para hablar con nadie y, de nuevo, me sumergí en una alucinación donde una figura negra me observaba desde la esquina, sonriente.
Esta tarde, cuando he sentido fuerzas de ir a la proa, un silencio sepulcral es lo único que me ha recibido. No se escuchaba ningún sonido, ni siquiera el del oleaje. Un mutismo muerto, como si estuviera en el fin del mundo. Todo estaba desértico, sin rastro de nadie; solo de la niebla y de una sensación de persecución constante pegada en la parte de atrás de mi cabeza. “Me estás viendo. Vienes a por mí. ¿Qué has hecho con el resto?”, era lo único que mi cabeza era capaz de formular.
He corrido hacia la popa y ha sido entonces cuando la pesadilla se ha revelado. Ahogando un grito he vislumbrado, entre la grisácea ceguera de la niebla, los veinte cuerpos colgados, en fila, de mis compañeros. Después, solo me ha hecho falta notar un susurro: “no puedes escapar”. No he tenido tiempo para reaccionar. Automáticamente, mis piernas han corrido hacia mi camarote, desde donde ahora te escribo.
Escucho como afila sus uñas a través de la puerta y ríe, con un chillido capaz de congelar las llamas del infierno. Quiere entrar. Lo sé. Lo va a conseguir y se me acaba el tiempo.
Ahora, silencio. ¿Es ese ruido de la puerta? ¿Qué está ocurriendo? Lo tengo detrás. Noto su respiración en la oreja.
Ahora, solo puedo visualizar mi muerte a manos de esta pesadilla, Amanda.