Con angustia y dolor regresó a la pequeña ciudad de su horrible infancia. El director del
periódico en el que trabajaba, su único amigo y padre adoptivo desde que decidió abandonar
a su familia, pensó que podría ser bueno que viera a su madre para que ella sanara de algún
modo. Ahora que se habían producido las desapariciones de unas jóvenes como ella, sin dejar
más rastro que sus cabelleras. El secuestrador y tal vez asesino, mutilador, violador, se las
llevaba dejándole a las familias para que se llenaran aún más de agonía, el cabello de sus
hijas, las rapaba. Ella estuvo haciendo entrevistas a las familias víctimas, a las familias a
quienes unas y otras acusaban de tener entre sus miembros al potencial violador, porque
debía de ser un hombre, el ex-convicto, el violento, el solitario y el soltero. No había ni un
indicio o pista de la culpabilidad de alguno de ellos. Agotada, sin dormir en días, en una
oscura habitación de un motel, que había preferido en vez del gran caserón de su madre: la
rica arquitecta de la ciudad, quien había diseñado para su vida presente y futura un edificio
mental de gritos, cachetadas, insultos, palabras obscenas. Creía que no fue su culpa que su
padre las abandonara, pero en creerse esto se auto-lesionaba el cuerpo con cuchillas donde se
escribía cada insulto, a ver si se le salían del corazón y se le incrustaban en la piel. Quien cree
en el imperio de los sentidos no imaginaria las cicatrices de esta joven “perfecta” por fuera,
rubia, esbelta, de ojos azules y perfecta cabellera y por dentro acuchillada. Recuerda que aún
tiene las llaves del sótano del restaurante de su madre, el cual diseñó cuando era ella todavía
una niña, recuerda que le encantaba irse a cenar allí a solas, en la cueva del sótano de paredes
de ladrillos, decorada con lámparas y sillas de todas las partes del mundo, que había visitado
antes de ser madre, para inspirarse en la arquitectura. Imaginándose que es su madre, se
prepara un sticky rice con mango y leche de coco, el único placer que todavía guarda, se
sienta frente al plato, de las paredes empiezan a caer gotas rojas, se imagina que en la
superficie estarán las cajas de vino, pero se percata que es sangre humana, toca las paredes de
ladrillo recién retocadas y quedan en sus manos, pedazos de piel, de uñas, de dientes y vello
humano. Nunca había estado tan cerca de la fama periodística al resolver este caso. Se
reencuentra con su madre, se reencuentra consigo misma, pero ya no está segura si es un
sueño inducido por las heridas o es la realidad cruel de la que quería escapar. No estaba segura
si es víctima o victimaria, se toca la cabeza y su cabello ha desaparecido. Sería la muerte su
destino dulce, terminar en las paredes de carne, cerca de su propia madre o sería su destino de
hiel dar muerte para vengarme de no tener el amor de madre por la culpabilidad del abandono
del padre.