EL SÍNDROME DE ARMIN MEIWES
El martes, me pinté los labios y salí a perseguir a Marlon Palermo, un paciente psiquiátrico que había escapado de un hospital mental de Valencia. Marlon era peligroso. Tenía pistas de que se había refugiado en El Sanatorio del Santo Ángel, un antiguo frenocomio ubicado en Navacerrada que llevaba más de veinte años abandonado. El lugar se mantenía como una ruina inerte de hormigón en mitad una montaña umbría. Marlon Palermo lo consideraba un lugar perfecto para entrar en contacto con espíritus del inframundo. Cuando llegué, su apariencia siniestra me quitó el aliento. Bebí un par de tragos de brandy antes de meterme al sanatorio. Sólo llevaba mi linterna, mi cuchillo y mi arma de dotación. Caminé a lo largo de los pasillos y, a través de las ventanas sin cristales, pude ver la insólita belleza de la Sierra de Guadarrama. Tuve miedo porque conocía testimonios según los cuales, en el lugar, se escuchaban gritos desgarradores de pacientes que habían muerto entre aquellas paredes. Minutos después, vi la silueta de Marlon desplazándose por el lateral izquierdo del edificio, aunque no sabría decir con precisión si se disponía ir al depósito de cadáveres o tan solo buscaba agazaparse para atacarme con sorpresa. Le grité que era policía y que debía entregarse de inmediato. Me atemoricé con la niebla fantasmagórica que comenzaba a expandirse sobre la sierra. Llegué a la puerta del depósito de cadáveres y, en su interior, encontré un cráneo de niña. Intenté respirar, pero una mano se posó en mi hombro derecho. Temblé de puro miedo. Me di la vuelta y encontré los ojos de Marlon Palermo escrutándome con lujuria. Tocó mis senos y entonces entendí que el peligro era inminente. Le disparé tres veces y el eco retumbó en los aposentos del edificio. Marlon Palermo cayó como una estatua de hormigón. Le iluminé el rostro ensangrentado con la linterna. No cabía duda de que era apuesto. Tomé el cuchillo y comencé a descuartizarlo con cortes profesionales como los de un carnicero. Desde el año pasado, yo había colocado anuncios en internet buscando a alguien que estuviera dispuesto a ser canibalizado. Sólo una persona, que se arrepintió a último minuto, me había contestado el anuncio. Pensé que, en la soledad del Sanatorio del Santo Ángel, el cadáver de Marlon Palermo era perfecto para satisfacer mis fantasías caníbales. Comí algunos filetes en el lugar y me llevé otros para guardarlos en el congelador. Días después, la policía tumbó la puerta de mi apartamento. Me apuntaron a la cabeza y dijeron que tenía derecho a guardar silencio. Le dije al abogado defensor que yo padecía el síndrome de Armin Meiwes. Se trataba de un conjunto de síntomas psicopatológicos en los que la persona es dominada por tendencias antropofágicas. Armin Meiwes era el célebre Caníbal de Rotemburgo. El abogado logró mi libertad aduciendo ante el juez inimputabilidad por trastorno mental. Lo que el abogado ignoraba era que pronto lo visitaría con mi cuchillo de carnicero.