La sala apestaba a café barato y las sillas plegables se situaban formando un semicírculo. Todos me observaban con ojos sobrios y cansados, me aclaré la garganta y empecé mi discurso de bienvenida: “Buenas tardes, mi nombre es Carol y soy alcohólica”.
La clave del alcohol es autocontrol, saber parar en el punto justo donde una está lo suficientemente “contentilla” para disfrutar de la noche sin tener que acabar en urgencias. Yo, normalmente, soy capaz de calcular ese punto a la perfección, pero durante las últimas semanas… no he andado muy fina. Quizás haya sido el estrés del trabajo o mi madre que está deseando que le haga abuela, el caso es que el finde pasado viví la peor noche de mi vida.
Era viernes, la semana por fin había terminado y acababa de recibir la paga de navidad y siete llamadas perdidas de mi madre. Necesitaba desconectar así que me pulí toda la paga en Legendario ——un ron muy dulce, con un par de hielos va de muerte, no hace falta estropearlo con coca o naranja——.
Un consejo, las líneas de las baldosas son muy útiles cuando todo te da vueltas. Te ayudan a caminar lo más “recta” posible o al menos a no terminar en la carretera, el inconveniente es que, si las miras mucho tiempo, acabas mareándote. Por su culpa tuve que hacer una parada técnica frente a unos cubos de basura y, después, me senté en el banco de un parque. Necesitaba un descanso. Allí conmigo había un joven, estaba sentado en el suelo. Tenía la mirada perdida y no dejaba de farfullar que las estrellas eran los dientes del cielo. Era un yonqui, se veía a la legua.
Escuché unos pasos acercarse por el sendero que cruza el parque y, al poco, pude ver a un hombre vestido con un abrigo que le llegaba hasta lo pies y un gorro de lana grueso. Pensé que se asustaría al ver al yonqui farfullando en mitad del camino e intentaría sortearle, pero no fue así, se detuvo frente al joven.
Había algo extraño en aquel hombre, cuanto más tiempo le observaba menos humano me parecía. Se agachó hacia el chico y con el movimiento unos huesos se marcaron en la tela del abrigo, huesos largos, delgados y redondos que le sobresalían de la espalda, justo a la altura de los hombros. Sus manos eran extremadamente finas, los dedos terminaban en punta y desprendían un brillo viscoso.
El yonqui levantó la mirada hacia el hombre y comenzó a reírse de forma nerviosa, mientras este le cargaba sobre sus hombros, el joven apenas podía moverse, era un peso muerto. El hombre se volvió hacia mi y durante un instante cruzamos miradas. Su cara tenía rasgos humanos, pero sus ojos le delataban. Unos ojos pálidos y vacíos de todo. Nunca había sentido algo así, mi primer impulso fue echar a correr, pero estaba encadenada al banco por culpa del Legendario. Afortunadamente, aquel ser tuvo suficiente con el joven yonqui y se marchó por el sendero.
Desde aquella noche, me he levantado todos los días con el recuerdo de esos ojos pálidos… Por eso he venido hoy aquí, necesito ayuda. Sé que si vuelvo a descuidarme con la bebida él vendrá a por mi.