Síganme –nos dijo en la noche, con su voz carrasposa.
Caminaba lentamente, pero en el momento en que nos miramos pensando en si seguirle, tomó alguna ventaja, y cuando nos decidimos, ya nos separaba un trecho. Retomamos el paso rápidamente, y nuestras suelas gastadas resbalaron un poco sobre el suelo embarrado. Había dejado de llover hace casi una hora y el cielo seguía nublado. Nos encontrábamos en los límites de la ciudad y un poco de grava cubría el asfalto roto del camino. Avanzábamos, tres sombras sobre un fondo negro. Dudo que alguien nos hubiese podido ver desde las casas, aún sabiendo que estábamos ahí.
El camino se iba apartando de la ciudad, subiendo por una colina. Soplaba el viento y se escuchaba como pasaba entre los árboles y los arbustos. Caminábamos en silencio, y los sonidos de la ciudad eran cada vez más tenues. Anduvimos un rato y llegamos a un puente bajo el cual la oscuridad era densa, apenas se notaba el final, aunque no era mucha la distancia que había que cruzar. Me incomodó pensar que tendríamos que pasar por ahí, pero no dije nada.
El desgarrador alarido de un animal atravesó el aire. No fue muy lejos. Me detuve y miré hacia atrás, intentando descubrir su origen. Durante cinco segundos le oí aullar como si le estuvieran arrancando la piel, y se detuvo. Sentí náuseas.
Cuando me di vuelta, me di cuenta de que mis acompañantes ya se habían adentrado bajo el puente. Caminé rápido, tragándome mis aprehensiones y traté de alcanzarles. En el frío mis piernas se movían con dificultad.
–¡Hey! –les grité, avanzando bajo el puente –¿oyeron eso?
–Ven –me respondieron ambas voces.
Un fuerte olor a putrefacción impregnaba el aire. Oía sus pasos un poco más adelante pero no terminaba de alcanzarlos. Cuando salí de bajo el puente, me detuve para recobrar el aire y les pregunté:
–¿Es que están ahí?
–Silencio –dijo suavemente la voz áspera –escucha.
–Espera, ¿qué haces? –se oyó otra voz.
Se escuchó un sonido contundente (¡Tún!) al tiempo que sonó una rama quebrarse (¡Crac!), y, casi inmediatamente, el aullido más desgarrador que algún humano haya proferido:
–Aaaaaaaaaaaaaghh… –y al cabo de un instante, un segundo golpe y silencio…
Ahogando un grito bajé corriendo por la colina, tropezando con algunas piedrecillas. El viento soplaba tan fuerte que a veces sentía que dejaba de avanzar. Ya me encontraba cerca del puente. Mi pie se deslizó entre la gravilla y el barro por el asfalto, y mis músculos se tensaron. Pude recobrar el equilibrio sin caer justo cuando llegaba al puente. Esta vez no alcancé a titubear y ya me encontraba en esa total oscuridad cuando sentí que mi rodilla tropezaba con un cable tensado, y caí de cabeza en un canto cerca de la pared.