Tendría sentido que la sala de las muñecas estuviera llena de muñecas. Estanterías y estanterías llenas de ellas, por la mano de un coleccionista que no tendría una vida más allá de aquel cuarto. No tenía sentido que en ella solo se hallara una. Estaba allí, en medio de la sala. La luz entraba furtiva en forma de línea a través del poco espacio que le cedía la puerta. Recta por el suelo, serpenteaba sobre su rostro de porcelana. Si hubiese sido posible se podía decir que te seguía con la mirada. Pero no lo hacía. Aún así te sentías observado te situaras donde te situaras. Al mirar por la ventana solo había una inmensa oscuridad, que engullía todo lo que existía en el exterior digiriéndolo en un estómago de otra dimensión. El reflejo de la muñeca en la ventana desapareció. Ahora en el centro de la sala presidía un espejo. Era un espejo antiguo, gigantesco, con un marco de madera maciza tallada en forma de elegantes volutas y flores. Aunque estaba lleno de polvo aún se podia ver claramente hasta el más mínimo rincón de la sala. Incluso los que no se deberían haber reflejado. El mundo se desajustó durante un microsegundo, como un corte en una película antigua. La muñeca apareció en la ventana. Entonces dejó de ser una muñeca. Pero el lugar continuó siendo la sala de las muñecas.