Era curiosa esa terrible sensación teniendo en cuenta que, cuando entré en la habitación ni me percaté de la existencia del cuadro. Me daba igual cómo era, si las cortinas conjuntaban con la colcha o, siquiera tenía televisión. ¡Se me había hecho tan tarde y estaba tan cansado…! Total, sólo tenía que hacer una visita por la zona y nunca pensé que se me alargaría tanto como para no dormir en casa. ¡Cómo me fastidiaban esos imprevistos! Yo, puro control, no me gustaba nada tener que actuar sobre la marcha. Pero aquél granjero, desde su recóndita finca, con su recóndito camino y ese recóndito agujero en el suelo me habían retrasado todo el día. Cuando pude sacar el coche, ya llevaba horas de retraso sobre lo programado y me pilló la noche a unos 150 kilómetros de casa. Aún tenía que dar gracias por haber podido coger la última habitación de esa “casa con encanto”. Bendito eufemismo. Directo a la cama.
Y no podía dormir. Giraba, me enredaba en las sábanas, parecía querer relajarme sobre la almohada, y antes del suspiro de buenas noches… otra vez la necesidad de cambiar de postura. No terminaba de sentirme cómodo.
Un desasosiego me obligaba abrir los ojos cada poco para comprobar que todo estaba en orden, acción que era del todo ridícula teniendo en cuenta que no había luna y, con la luz apagada era imposible distinguir absolutamente nada. Pero esa mirada del cuadro… esa…se sentía. Bueno, debía de ser eso porque cuando trataba de fijar la vista en algo que convenciera a mi cerebro de que había un elemento físico que perturbaba mi sueño y que una vez eliminado, me permitiría dormir… nada, esfuerzo inútil. Ni un reloj cuya aguja molestase con su clic- clic, ni ramas que debido al viento golpeasen en mi ventana, ni algún intrépido bichejo con hábitos nocturnos. Nada.
Una vez recostada la cabeza en la almohada, por puro empeño, me quedé dormido. Acompañado. Acompañado por aquel cuadro de aquel hombre osco que parecía ser amable anfitrión de la habitación y que, sin embargo, cada poco insistía en querer despertarme. Tan marcada era su presencia que poco a poco se fue colando en mis sueños y era la cara de cada personaje que aparecía en ellos, raptaba sus caras. Se entremezclaba, se filtraba, invadía, me recordaba cada poco que él existía colgado en una pared a pocos metros de mí. Y en ese duermevela, cuando no perteneces ni a un mundo ni a otro, hasta creí percibir su voz acorde a sus profundas facciones que me exigieron despertarme de un sobresalto.
Y un testigo sonreía desde su posición privilegiada.
Tras un largo suspiro y templados los nervios, sonreí aliviado hasta que volvió la lividez a mi cara cuando, en un vistazo de la habitación y con los primeros rayos luz del día corroboré que aquello que me había perturbado tanto durante la noche no era un cuadro, sino que se trataba de una ventana.