Anoche soñé que regresaba al parque empresarial. Es un parque empresarial funcional y moderno, diseñado con calles en cuadrícula, zonas ajardinadas y rotondas que distribuyen el tráfico hacia los edificios de oficinas que lo componen. Llego en bicicleta hasta la entrada del recinto. No se ve nadie alrededor, la garita de los vigilantes está vacía y las calles desiertas como si fuera domingo por la tarde, pero en mi sueño tengo la inquietante sensación de que no es así, de que hay algo más. Sin apenas pedalear me desplazo por las calles en cuadrícula, atravieso en diagonal las rotondas y rodeo los jardines. Finalmente, sin saber cómo ni por qué, me dejo deslizar por una rampa en espiral que conduce hasta el aparcamiento subterráneo de uno de los edificios. A la vuelta de la primera curva me sorprende un mensaje escrito a mano sobre las paredes de cemento de la rampa: ACCESO SÓLO EMPLEADOS. Las letras del mensaje son grandes, irregulares, burlonas, pero yo sigo descendiendo o dejándome caer. Otra curva y otro mensaje. SÓLO EMPLEADOS A PARTIR DE ESTE PUNTO. Las curvas en espiral se suceden sin fin. ¿A qué profundidad está el aparcamiento en este edificio? Es un edificio de oficinas corriente y moliente. Debería llevar apenas medio minuto bajar en bicicleta, pero me da la impresión de que ha pasado un rato desde que inicié el descenso y comienzo a preocuparme. ENTRAR EN ESTAS INSTALACIONES SIN ACREDITACION DE EMPLEADO VA CONTRA LA LEY. Esto es un disparate, el edificio tiene más plantas subterráneas que sobre superficie. ¿Dónde me he metido? La preocupación se transforma en angustia, una mezcla mal avenida de vergüenza por haber errado el camino, temor por las curvas que se retuercen sin fin y culpa por el tono agresivo de las advertencias. Otra más. SÓLO EMPLEADOS, QUÉ PARTE DE SÓLO EMPLEADOS LE RESULTA COMPLICADO ENTENDER, y justo entonces alcanzo la puerta de entrada del aparcamiento, de forma tan repentina e inopinada que tengo que frenar con las manos y con los pies. Chirrían los frenos, derrapan las ruedas, cierro los ojos. Por poco me la pego, apenas unos centímetros separan la rueda delantera de la bicicleta de la puerta de acceso del aparcamiento, sobre cuya superficie descascarillada la mano temblorosa y exagerada que ha escrito las advertencias de la rampa de descenso ha dejado constancia de otro de sus abominables mensajes: EMPLOYEES ONLY, EMPLOYEES ONLY, repetido hacia arriba, hacia abajo y en diagonal sobre la puerta corredera, que comienza a desplazarse de izquierda a derecha con una lentitud extrema que, sin embargo, no me impacienta. Cuando termina de abrirse, me deslumbra un nuevo mensaje, esta vez es un mensaje escrito con letras de neón, como las que parpadean en los anuncios publicitarios de las grandes ciudades. NO DIRÁS QUE NO TE LO ADVERTIMOS: QUEDAS CONTRATADA.
Por fin me doy cuenta. Ni es domingo por la tarde ni estaba soñando. Es lunes por la mañana y llevo aquí siete años.