A partir de las nueve cae la vida en el minúsculo salón que Elisa trata de adecentar tarde tras tarde.
Lucha, en vano, por aparentar normalidad, pero el eco de su maltrecho corazón suena demasiado fuerte en su pecho. Tanto que a veces teme que él pueda escucharlo.
Antes de y diez repara en el sudor frío de las manos. Las seca en el delantal, como en un acto reflejo.
La respiración entrecortada se va abriendo paso en el silencio ensordecedor que la acompaña fiel desde que es capaz de recordar.
Se esfuerza por no llorar. Sabe que las lágrimas desatan su ira.
Casi y cuarto. No pasa el tiempo. El silencio se le hace insoportable.
Desesperadamente espera escuchar el ascensor, los pasos descompasados y estrepitosos en el rellano, el doloroso vaivén del cuerpo que se acerca a la puerta.
La espera la mata.
Al fin, el sonido metálico sordo de la llave penetrando amargamente la cerradura.
Tres agónicos segundos.
De un solo golpe esta vez.
Silencio.
• Eh- murmura, sobrio.
• Hola -musita ella.
Esta noche no, suspira para sus adentros.