Barba
Mientras riñe con su estreñimiento en el inodoro, hojea el periódico y presta gran atención a uno de los titulares que es recurrente durante el año: «Misteriosas desapariciones ocurridas en la ciudad…».
Marcos ha pasado la tarde del domingo en una vagancia total; se despertó a las nueve de la mañana, pero dio vueltas en la cama hasta pasada las once. Se comió un sándwich como almuerzo y el resto de la tarde lo ha transitado recreándose con los programas de la tele…
Acostado en el esponjoso sofá de la sala, con un vaso de agua en la mano, atiende el resonar de la voz triste de un animal que se queja como un crío que demanda ayuda, no es la primera vez que lo escucha, tenía unas semanas desaparecida esa lamentación. Marcos sospecha que se trata de un infortunado perro, que su dueño seguramente lo abandona a diario.
Mientras ve un partido de fútbol, percibe la incesante cantinela del animal, hace mutis, y de un salto se aproxima a la ventana y en un respingo de héroe decide ir a rescatar al desdichado.
Marcos cruzó la calle y se introdujo en el edificio del frente a sabiendas de que de allí provienen los gritos de soledad. Comienza a remontar las escaleras y nada que lo encuentra… de pronto, aquella voz doliente se hace más cercana en el piso seis y continúa subiendo.
Sudando la gota, alcanza el piso 9 y se agarra del barandal para tomar aire… Atiende el aullido informando su ubicación, levanta la cabeza y nota entreabierta la puerta del 9-A. Cauteloso, se aproxima y exclama desde la entrada: «¡¿Hay alguien en casa?!».
Ya dentro del semioscuro apartamento, hace el recorrido: Va a la cocina, a uno de los baños, a una de las habitaciones y no consigue el objetivo… Parte rumbo al último cuarto y descubre que está bajo llave. El aullido inicia y Marcos desespera, y con el hombro toma un mínimo impulso 1, 2, 3, ¡plaf!... y nada que se abre la puerta.
El aullido es más agudo y resuelve otra vez tomar impulso 1, 2, 3, ¡plaf!... y abrió la puerta… Se sorprende, pues el animal está en medio de la oscuridad amarrado a unas cadenas que suenan a prisión y el hedor es insoportablemente azufrado. El cuadrúpedo aúlla en un llanto que conduce a Marcos y satisface ver cómo lo libera…
Un hombre alto, vestido de negro, en un caminar pausado entra al apartamento 9-A, y con una enorme confianza, anuncia su llegada: «¿¡Cómo está mi bebé!?, que está en silencio».
Avanza por la casa, lleva a la cocina los víveres que compró y luego va hasta el cuarto que se encontraba bajo llave y arqueando el entrecejo expresa: «¡Señor, siempre hay un buen samaritano!». Desde el umbral de la puerta dice: «Con razón estás tan callado, Barba… ¡Alguien se condolió de tu hambre!».