Las 2 de la mañana y todavía en la calle… el silencio de la noche se ve interrumpido por el sonido de sus pasos ligeros para llegar a casa cuanto antes, mientras la luna gentilmente le abraza la mirada mostrándole el camino que debe de seguir. Tras pasar las calles centrales (algo más concurridas a pesar de las horas) se adentra en las laberínticas que llevan hasta el portal que ansía, a pesar de la firmeza que demuestra en su caminar, alcanzar a toda costa. Y no es para menos…
No sabe quién, a ciencia cierta, pero se siente observada. Siente como una presencia la está acariciando los tacones de sus zapatos. Nota, sin saber muy bien cómo explicarlo, un aliento caliente y amargo que le peina los cabellos que le quedan en la nuca, tras un intento de coleta no muy perfilado pero que, sin dudas, cumple con su cometido: no sentirse más acalorada en su ritmo hacia casa.
La presencia empieza a notarse en sus piernas, temblorosas pero determinadas a llegar a su destino. Sus manos, sudorosas, intentan discernir su teléfono por el jardín de su bolso por lo que pueda pasar y, mientras tanto, afina por su rabillo del ojo a ver qué o quién está siguiendo sus huellas. La chica, al no poder atinar si es alguien conocido o, simplemente, una chica más que vuelve a casa con un terror contenido en el pecho, acelera su paso suave y progresivamente para no levantar sospechas y dejar entrever que no se siente más segura que el traqueteo de sus tacones al aterrizar al suelo.
Ya sólo quedan dos calles y nota que sus brazos comienzan a sentirse presionados. Ella sigue con la mirada al frente, como si no pasara nada. Su garganta apenas esboza un hilo de voz que mantiene preparado para dejarlo salir con rabia y desesperación al cielo, con la esperanza de que alguien la oiga en caso de necesitar ayuda. Las uñas de sus dedos lucen un color rosado oscuro, quizá por el frío de la noche o por el nerviosismo que siente, a estas alturas, la totalidad de su cuerpo. Su cabeza no para de repetirse a sí misma que ya falta poco para llegar y estar a salvo.
Una esquina más, y la chica ya tiene cogidas las llaves dentro del bolso. La presencia es más insistente a cada paso, y ella ya no puede más. Comienza a correr y, la presencia, corre al mismo tiempo hacia ella. Siente cómo la engulle por dentro, sus tacones piden auxilio en cada rugido que resuena en la calle, estruendo solamente acallado por el corazón de la joven. La chica introduce la llave en la cerradura de su portal, la gira impacientemente y logra abrirla. Cierra rápidamente y enciende la luz; tras ello, se gira: NADA.
La chica sube las escaleras agarrada a la barandilla con lágrimas en sus mejillas pensando en cómo ha podido tener miedo, a sus 25 años, de su propia sombra.