Un deslizamiento a la derecha con el pulgar sobre la pantalla del móvil. Una conversación agradable que va subiendo de tono.
A ambos nos gusta viajar, el buen vino y las conversaciones interesantes. También nos gusta el surf, las manualidades y las películas de terror.
Una cita en una céntrica cafetería, un fugaz roce de labios al saludarnos. Charlamos largo rato y noto cómo crece nuestra cercanía. Sabe cosas de mí, como si nos conociéramos desde hace años. Mi interés se incrementa cada vez más.
Sus ojos se posan en los míos, traspasándome como un cuchillo. Su mirada se desliza por mi cuello y se detiene. Sonríe. Sospecho lo que imagina. No pienso ponérselo tan fácil.
Nos despedimos, esta vez si, con un largo y húmedo beso.
Camino a casa en soledad mientras pienso en nuestro futuro. El aire de la noche silba en mis oídos, frío. En mi ensoñación no me doy cuenta de cómo el silbido aumenta de intensidad y la brisa se transforma en un potente viento que corta mis mejillas. La naturaleza a mi alrededor chilla.
No escucho a nadie acercarse y solo a medias soy consciente del destello metálico cuando mi cuerpo reacciona solo y echo a correr. Alzando las manos, trato de atravesar el muro invisible que me empuja hacia atrás. Imaginar a mi asaltante enfrentándose al mismo vendaval no me tranquiliza.
Paro al borde de una carretera. Grito, los coches pitan, la oscuridad chilla. Noto una respiración entrecortada a mi espalda. Con el corazón acelerado, doy el paso. Esquivo los coches hasta alcanzar a vislumbrar la otra acera. Casi he llegado cuando unas luces se abalanzan sobre mí.
El coche no se detiene, nadie lo hace. Arrastrándome, alcanzo el pavimento. Una sombra me grita desde el otro extremo. Mi imaginación vuela al imaginar lo que querrá hacerme. Sujetándome el costado y casi sin aliento, cojeo hasta un portal entreabierto.
Desde ese escondite puedo ver la calle. El chillido continúa, aunque ahora parece más lejano.
Mientras espero, mi respiración se va recuperando, aunque el dolor de mis costillas persiste. Los minutos parecen eras.
Mi corazón da un vuelco cuando una figura aparece de golpe frente al cristal. Parece confundida. Mira a su alrededor buscando a alguien. Yo permanezco lejos de su vista, agazapado tras las escaleras. No me ha visto, aún.
La figura lleva su mano a uno de sus bolsillos y saca algo. Lo lleva a un lado de su cara.
En mi pantalón, algo vibra. Es mi móvil. Es Laura, mi cita de esa tarde.
Más relajado, salgo de mi escondite, de nuevo a la calle. La tempestad continúa. Hablamos. Dice que se arrepintió y que quería acompañarme a casa. Es encantadora.
Me abraza, duele. Nos besamos. Mi boca sabe a metal.
Lleva su mano a otro bolsillo y saca algo brillante. La noche chilla cada vez más. Noto como se clava en mis oídos.
Tan repentinamente como empezó, la ventisca cesa y el mundo queda en silencio.