Aunque estaría dispuesto a humillarse, no será necesario; la entrada es más grande de lo que había imaginado. Después de media vida buscándola, por fin, la tiene delante. Del interior emana una bocanada de calor húmedo mezclada con un hedor azufrado de aguas estancadas. El único sonido que se escucha es el martilleo rítmico de gotas al caer y, hasta donde alcanza la luz, se observan cientos de insectos retorciéndose en el barro y correteando por las paredes. No cabe duda de que este es el lugar, el mapa de la vieja era correcto. Aquí es donde se esconde. Antes de entrar, se desnuda e inspira profundamente para contener la excitación, está deseando ponerse a su servicio. Los primeros metros son sencillos, pero al pasar la línea de penumbra el camino se estrecha y tiene que empezar a gatear. El barro comienza a empapar su piel y las aristas rocosas laceran su huesudo cuerpo de anciano. Tras unos segundos que parecen horas, el techo desciende y le obliga a arrastrarse. Los gusanos se deslizan por sus piernas, decenas de ciempiés se enredan en sus canas y las telas de araña se meten en su boca, quemándole la garganta. Entonces siente que comienza a faltarle el aire. En el corazón, sus agotados ventrículos se desbocan amenazando con reventar. Ahora está seguro de que ese órgano vital no es de piedra como tantas veces le han dicho. A punto de rendirse, cuando cree que ha llegado el final, nota como un enorme ofidio comienza a recorrer su cuerpo hasta llegar a su vientre, y le clava, junto al ombligo, sus dientes afilados, inyectando en su sangre un veneno que le insufla el vigor que había perdido. Al instante, sus viejos miembros comienzan a menguar y se vuelven blandos y lechosos. Un líquido viscoso lo cubre por completo y deja de respirar. Le gustaria dejarse morir, pero, de pronto, unas manos aparecen tras una luz brillante, lo sacan al exterior agarrándolo de la cabeza y lo depositan sobre unos enormes pechos de mujer. Intenta gritar, pero de su garganta solo emana un potente llanto infantil que se escapa llevando consigo todos sus recuerdos. La mujer lo acuna en sus brazos y lo calma, susurrándole al oído su nuevo nombre: Adolf.