El 22 de junio de 1941, Adolf Hitler activó Die Unternehmen Barbarossa (
La causa fue que, hacía un año, Hitler estuvo a punto de ganar la guerra. Sin embargo, pese a que sus espías constataban que la RAF apenas disponía de aviones, demoró la invasión a Inglaterra dos semanas; el tiempo justo para que desembarcasen las tropas estadounidenses, con sus nuevas fortalezas volantes, listas para bombardear Berlín.
Al parecer, se lo había recomendado una médium.
No era raro, ante el miedo a cometer un error fatal, que el Führer consultase a charlatanes; quienes, para protegerse de un mal consejo, que pudiera llevarlos al paredón, solían valerse de ambigüedades que retrasasen sus predicciones.
Por este motivo: 3.900.000 soldados, 3.400 tanques, 7.000 piezas de artillería, y 2.700 aviones; fueron destinados, sin miramientos, a la invasión de la URSS.
El Ejército Rojo sabía muy bien qué hacer; lo mismo que con la invasión napoleónica: replegarse país adentro para dejar que el invierno ruso (su mejor general) diezmase al enemigo.
Los invasores se encontraban las poblaciones abandonadas, sin la menor resistencia, ni víveres con los que avituallarse. Aun así, la artillería cumplió la orden de reducir a cenizas cada pueblo, para dejarle a Stalin un país en ruinas.
El tres de octubre, un regimiento Panzer se internó en la pequeña ciudad de Vostok. La infantería disparaba sus lanzallamas hacia cada ruina. Los incendios lamían los esqueletos de madera, haciéndoles crepitar como dentelladas de un festín nocturno.
En la calle principal, la columna se detuvo por orden del oficial que iba sobre la torreta del primer tanque. Ante ellos, en medio de la calzada, había un superviviente. Un pequeño con los harapos todavía humeantes y la piel del color de la nieve sucia.
- Pero... ¿Qué tenemos aquí? ¡Un pequeño bolchevique! ¿Esto es lo que queda del temible Ejército Rojo? -dijo el teniente por radio y pudo oír como sus hombres se carcajeaban-. El pequeño no se movió. Parecía haber muerto de pie. - ¿Disparamos, teniente? El oficial dudó. -No estamos aquí para matar críos; aunque sea un malnacido de esos bolches. Además, miradlo, no creo que llegue a ver el alba, y no porque parezca estar ciego...
El teniente se acercó al pequeño y pudo comprobar que sus ojos estaban totalmente ennegrecidos; como si, entre los párpados, no hubiese más que una pupila insondable. Como el pequeño seguía inmóvil, dio otro paso, se agachó y, sacando una chocolatina, le dijo: - ¡Mira lo que tiene el tío Fritz! ¿La ves? Sólo entonces el niño corrió para abrazarse a su cuello con desesperación.
Desde el tanque, sus hombres se burlaban. Al menos hasta que el abrazo empezó a durar demasiado y el cuerpo del oficial a convulsionarse. - ¿Teniente? -dijo un cabo-… Entonces, tal y como contó el único superviviente, todos escucharon un rugido prehistórico desgarrar la noche, mientras el cuerpo del oficial caía de espaldas, como si estuviera congelado.