Amanecía como cualquier día de octubre, el viento traía y llevaba a los zanates que se sentaban en el resquicio de las ventanas, comían los granos de maíz que Antonino tiraba cada vez que se sentía estresado y el sonido de aquellas semillas, rebotaban en sonrisas de su mundo perdido.
La neblina se desprendía desde las montañas y entraba en la rendija de la puerta, confundiéndose con la oscuridad de la casa como ayudando al escenario tétrico. Gritaba el señor Rodríguez como energúmeno, enfrente de la puerta principal estaba un gato negro cortado literalmente a la mitad, con marcas de sangre regadas por todo el piso. Atraídos por los gritos, llegaron la esposa, el abuelo y Margarita, la hija mayor, quedando álgidos. En reacción casi instintiva, sus ojos se viraron hasta encontrar a Antonino que jugaba encima de las escaleras. <<Brinca la tablita, yo ya la brinqué>> Lo culpaban sin decirlo, su inocencia y poca capacidad de lucidez le hacían hacer cosas extrañas, sin maldad alguna. Hasta ahora ninguna como esta. Sin embargo el señor Rodríguez cargado de su abogacía virtud, desconfiaba de todos, a excepción de él, su hijo especial, a quien ni volteó a ver.
Un día después, aparece la cabeza, las patas y el torso de una rata por el pasillo de la casa, la loseta dibuja las manchas con sangre de pies pequeños que en forma de vaivén reflejan figuras particulares de un niño brincando. Antonino, tiene un raro síndrome, esta tonto y al parecer peligroso, pero qué podían hacer; es de la familia. <<Brinca la tablita, brinca el rojo, yo ya me cansé>>
Al tercer día, los zanates vuelan chirriando desde el cristal. Antonino grita y patea las ventanas. Tiene manchas por el cuerpo, la sangre escurre todavía fresca por los shorts de mezclilla y tenis blancos. En la cocina, el abuelo rasgando su garganta grita horrorizado, encuentra a su nuera degollada, recortada en varias partes. Las lágrimas de la familia se mezclan con la sangre en el piso, mientras el asombro y el horror se reúnen para casi llamar al desmayo. Casi al unísono gritan << ¡Antonino!>>, para después caer en el estupor, el señor Rodríguez, recoge la cabeza de su amada, la aprieta ante su pecho y llora desconsolado, Margarita, arrodillada, gélida a los pies de su madre. Y el abuelo, delirante, inclina la cabeza al suelo <<lo hubieras abandonado; nació raro, nació maldito>>
Ahora en la cama de un hospital psiquiátrico, Antonino, detalla la historia de los zanates en su ventana, cuando la lucidez se asoma llora; se acuerda del juego con mamá. <<Brinca la tablita, brinca a mamá, yo ya me cansé… bríncala papá>>.
En la casa, su padre, escondido en la oscuridad de sus pensamientos, lejos de la tranquilidad, solloza acariciando el cuchillo. El amor de su vida yace muerta. << ¡Me engañaste!, me hiciste creer que ese bastardo era mi hijo>>
Ni la sangre del gato o de la rata, le pareció tan cálida como la de su esposa.