El pedazo insignificante de persona que aún quedaba dentro de él estaba
entretenido con su transtorno de la personalidad. En cambio el otro yo, animal
en su totalidad, el que dominaba el reino de Steve, le alentaba una vez más a
que siguiera buscandola.
Recogió los lápices esparcidos por la mesa y los dispuso en el estuche con
cuidado de respetar el rango de menor a mayor tamaño. Agrupó los folios
vacíos de letras y los emparejó con empeño varias veces para que los cantos
quedaran milimétricamente cuadrados y los encerró en un cajón con suavidad.
Apagó y encendío la luz del escritorio varias veces como de costumbre
cerciorándose de que la mesa estuviera perfectamente ordenada, y, finalmente
convencido, salió de la estancia cerrando la puerta tras de sí.
La disciplina aplicada con los objetos era poco eficaz con su mente, no lograba
ponerle reglas al caos que se libraba en él. Las voces regresaban en cada
ocasión con más fuerza.
En el salón encontró a su madre.
La joven camarera del restaurante de Prado que él frecuentaba, Lamucca,
permanecía inmóvil tendida boca abajo sobre de la mesa, con cada extremidad
clavada a los vértices de la misma con cinceles. La sangre se deslizaba
lentamente por las esquinas y teñían el suelo dibujando un manto carmesí.
Tenía los ojos muy abiertos y observaba a Steve sin perder cuenta de cada
movimiento.
La escena era esperpéntica.
Él se acercó a su lado y la contempló. Sabía que su gozo sería muy breve.
Empezó el ritual acercando a su memoria como le había mirado su madre el
día que lo abandonó a las puertas de Lamucca. Tenía 6 años. Los ojos de su
madre eran el único recuerdo que aún persistía intacto.
Las jovenes y la madre eran siempre la misma persona en los momentos del
caos. En esas ocasiones el yo dominante de Steve emergía magestuoso y le
ordenaba que la retuviera y él obedecía clavándola en esa mesa para que no le
abandonara nunca más.
Y no lo conseguía. Siempre ocurría lo mismo, siempre los mismos ojos,
siempre se iba.
Aprovechó el poco tiempo que le quedaba con ella. La sangre de la joven
invadía ya parte del salón. No tardaría en irse y no tardaría en ir a buscarla.