Abro los ojos. No sé donde estoy, siento punzadas en la cabeza. No es mi cuarto. Las 3:45. Reacciono, estoy en un motel, dejé la carretera por la tormenta. El alcohol o la lluvia tenían que impedirme conducir, ganó la segunda. La habitación 8 es mi hogar temporal, aquí perdí la conciencia. ¿Qué ha sido eso? Una sombra ha cruzado. Más que visto la he sentido, la escasez de claridad agudiza otros sentidos. La luz no se enciende, quizás la tormenta... ¡Qué dolor de cabeza! Un salto en el corazón me hace percibir que hay alguien en el cuarto. ¿Cerré? Sigilosamente me deslizo hasta la puerta. Atrancada. Alivio. Tensión, cualquiera pudo entrar y cerrarla. Pero de ser así no se escondería a estas alturas. Vuelvo a relajarme parcialmente, y percibo un suave susurro al fondo. El vacío que precede al pánico se abre paso. El oído percibe hasta límites que no creía poseer. La voz de un niño se aproxima entre oleadas de un murmullo indiferenciado.
- Ven a jugar. Ven a jugar.
Es claramente un niño que permite que mi tensión ceda un poco como preludio a la tempestad. El pánico se adueña de mí en el momento en que brota un torrente confuso de ruidos, una mezcolanza de voces, voces adultas, ancianas, infantiles, chillan, lloran, ríen, sé que las conozco, en algún lugar muy profundo las reconozco y me uno al coro dejando escapar mi terror a través de alaridos que harán que alguien venga a rescatarme… o eso espero. Tapándome los oídos y chillando paso, no sé cuanto tiempo, solo sé que de pronto silencio absoluto, más aterrador, nadie viene. Tiemblo, tirito, no ceso de hacerlo hasta que me convenzo que fue mi imaginación. Recobro el control y noto el frío suelo, contrasta con algo más gélido que se cuela en mis huesos. Algo me ha tocado, un tacto inerme, sin vida me hiela hasta el tuétano. Ha venido de frente, desde el único sitio que no era posible. El espanto más descontrolado hace alzarme de golpe buscando la puerta a mi espalda. El pomo no cede, no hay salida. Sólo queda una opción. Me giro y encaro.
- ¿Quién eres? – silencio - ¿Qué quieres? - más silencio.
La sangre se agolpa en mis sentidos buscando, necesitando percibir algo sólido. En vez de eso una leve bruma se alza, se integra un creciente rumor, y a su alrededor un helor, que casi se puede tocar, le da soporte al conjunto.
- ¿Quién eres?- Insisto.
Me derrumbo
- ¿Vienes a llevarme? - casi susurro
Todo se condensa en una voz perceptible solo en mi interior.
- No hay donde ir, siempre he estado contigo, siempre he sido parte de ti, aunque nunca me quisiste mirar… ya es hora.
Acierto a ver el reloj, las 3:45.
Solo resta que al alba alguien abra la puerta y me encuentre con la mirada vacua perdida en el infinito, con expresión de terror y de paz.