Las fiestas del pueblo, un acontecimiento en el que madre se preocupa por mi vida social y me invita a buscar amigos en la feria.
- ¡Allí hay muchos niños, podrás jugar con ellos!
Insensata, ¿a caso no es consciente del pánico que me da la gente? Su sola presencia me incomoda.
Busco un refugio para aislarme en mí mismo. Al final de la feria hay un urinario portátil, parece un buen lugar para evitar el tránsito, la música de las atracciones y el ruido al masticar almendras garrapiñadas.
Aquí estaré tranquilo, me sentaré y esperaré a que todo el mundo se vaya para ir a casa.
Es muy pequeño, solo tiene lo necesario, un retrete viejo, un lavabo y su espejo. Huele peor que el vestuario del colegio al final del día, pero reina el silencio, el olor es soportable en comparación a la gente de fuera.
Alguien toca la puerta, pero no puedo abrir. Golpean el urinario por todas partes, se tambalea y siento como si estuviera dentro de un tambor. Se escuchan risas y una voz que dice:
- ¡Púdrete ahí dentro bicho raro!
De repente todo para, los golpes desaparecen. Los matones habían desistido de su intento.
Al rato, un susurro retumba por todo el baño. Intentando averiguar su procedencia, me acerco al lavabo y asomo la cabeza, parece que haya alguien en las tuberías.
Cuando levanto la vista, el reflejo en el espejo sigue mirando hacia abajo buscando el susurro, doy un paso atrás y quedo totalmente paralizado.
Mi imagen ya no me obedece, no sigue mis pasos.
El reflejo levanta la vista hacia mí, como si viera todo lo que estoy pensando.
Doblo la mirada hacia la puerta intentando alcanzar el pestillo pero el reflejo fuerza mi vista hacia él.
- No vas a salir de aquí. Dice con una voz segura de sí misma.
Las lágrimas caen de mis ojos mientras el espejo sonríe, levanta las manos y las acerca a su cara, las mías las siguen como si fuera yo el reflejo, controla todos mis actos.
Se araña y mis mejillas comienzan a sangrar.
- ¡Déjame salir por favor, déjame salir de aquí!. Chillo mientras las lágrimas se mezclan con mi sangre.
Consigo liberar uno de mis brazos y golpeo el espejo con todas mis fuerzas.
Caen pedazos de cristal al suelo, mi mirada se cruza con el ser del espejo mientras una risa aguda rebota en las paredes del baño, atravieso mi ojo con uno de los cristales y caigo al suelo.
Al despertar, veo a mi madre hablando con un doctor.
- Podría tratarse de un episodio de eisoptrofobia, un miedo irracional hacia su reflejo. Ha roto un espejo e intentado quitarse la vista sacando uno de sus ojos, los arañazos son señal de la ansiedad que la enfermedad provoca.
Madre ha quitado todos los espejos de casa, cree que así estaré más seguro. Me habla como si estuviera loco, pero sé lo que vi, no es un espejismo, sé que viene a por mí.