<<Eduardo era el presidente de una comunidad de vecinos “normales” como a él le gustaba llamarla. Con la sonrisa forzada de todo buen vendedor de seguros, se paseaba dichoso por la vereda de casitas adosadas que conformaban el recinto.
Sin embargo, esa mañana miraba por la ventana y carraspeaba disgustado.
-Es normal que el vecindario se amplíe y que vengan nuevos inquilinos -respondió su esposa observándolo.
-¡Lo que vamos a aceptar no es NORMAL!-exclamó.
-¡Eduardo! -dijo ella con cierta indignación- Es una persona con problemas, pero una persona a fin de cuentas. Además, nos han dicho que no supone un peligro y que está constantemente medicado.
Eduardo decidió cerrar la conversación. Ya se encargaría él de volver a restaurar la paz de su amado vecindario. Se incorporó con rapidez y fue a advertir a su hijo Jaime que se iría sin él.
Pocos días después y tal como temía Eduardo, comenzaron los problemas. Volvía del trabajo cuando atisbó a Jaime hablando con un chico en el jardín. Al acercarse reconoció al nuevo vecino, un muchacho de apenas dieciocho años excesivamente pequeño y delgado. Su sonrisa bobalicona y su mirada perdida delataban un estado de consciencia muy diferente al habitual entre los muchachos de su edad.
-Mira tienes que tirarlo así. -decía Jaime lanzando con agresividad un muñeco contra la valla- Y dar en esta equis que he dibujado… ¡Hola Papá! Mira este es Alex, el nuevo vecino.
-¡Entra en casa! -gritó con un tono que no admitía réplica.
Jaime le siguió hacia la casa mientras Eduardo cerraba de un portazo y se volvía para reprenderlo. Un golpe sordo frenó la reprimenda e hizo a Eduardo salir nuevamente para encontrar al obediente Alex realizando los pertinentes lanzamientos. En vano intentó el presidente parar la mecánica actividad del joven, que repetía sin cesar la acción contra la valla. Fuera de sí, entró en casa, cogió un martillo y un clavo y tomando el muñeco, clavó su cabeza contra la equis.
Alex miró al muñeco y al señor Eduardo alternativamente y comenzó a llorar. Los vecinos, que habían ido saliendo de uno en uno, lo miraban.
-¡Vamos, vamos!¡No pasa nada! -dijo Eduardo y dirigiéndose hacia el muñeco arrancó con sus dedos el clavo y lo dejó caer sobre la hierba.
Alex recogió el muñeco y abrazó con cariño al presidente.
El ejemplo había servido de precedente y así, semanas más tarde, supo qué debía hacer cuando el triste y horrorizado señor Eduardo lo miraba alternativamente a él y al joven cadáver que pendía de un clavo en la valla de su jardín. Con las manos llenas de sangre y sintiendo todavía en sus oídos el crujido del frágil craneo atravesado por el clavo, se propuso intentar sacarlo mientras decía:
-¡Vamos, vamos!¡No pasa nada! >>
-¿Cómo pudo matar así al pobre Jaime? -exclamó la enfermera mirando al paciente junto a la ventana.
-No, el que murió fue Alex. -dijo el psiquiatra y añadió ante la sorprendida mujer- Sí, él es Jaime.