–Hola a todos, me llamo Valentina y tengo 30 años, aunque todo el mundo me ha llamado siempre Caperucita, Caperucita roja. Era un mote cariñoso porque de pequeña siempre llevaba una capa roja con una caperuza. Siempre me ha parecido un apodo un poco cursi.
–¿Y cómo prefieres que te llamen? –me preguntó Eliana.
–Caperucita murió hace 18 años, aunque creo que he sido la única que se ha dado cuenta. Ese nombre solo me trae malos recuerdos, prefiero Valentina.
Respiré profundamente para conseguir reunir el valor necesario. Había llegado el momento de contar mi historia.
–Hace 18 años, descubrí que en el mundo hay gente mala. Personas que no dudan en utilizar su maldad contra otras personas, aunque estas sean, una niña de 12 años o una anciana inválida.
Ese día me levanté temprano. Quería hacerle un bizcocho a mi abuela para animarla porque llevaba días enferma. Cuando terminé, lo guardé dentro de una cesta, me puse mi inseparable caperuza y me despedí de mi madre. Ella no quería que cruzara el bosque sola pero no le hice caso, me sentía lo suficientemente segura y valiente, aunque sí recuerdo prometerle que no hablaría con extraños. Pero él no era un extraño, era nuestro vecino de toda la vida, ¿cómo podía yo pensar que intentaría hacerme daño? –terminé enfadada.
–Valentina recuerda esto: NO fue culpa tuya –trató de consolarme Eliana.
–Ya… Después de muchos años he conseguido convencerme de que el culpable era él y no yo. Me ha costado 18 años de terapia. No sospeché de sus intenciones cuando me preguntó que a dónde iba al verme pasar por delante de su puerta. ¡ Y yo qué iba a saber! Pensaba que estaba contestando a Dimas, mi vecino, no a ‘El Lobo’, un pederasta ex convicto, y en busca y captura desde hacía 10 años. ¡Eso no lo podía saber una niña de 12 años!
Todavía no he conseguido sacarme su cara de la cabeza. Esos ojos saltones que me miraban siempre tan fijamente; esa sonrisa siempre forzada; y esos colmillos tan extrañamente largos, por algo le apodaron ’El Lobo’. Durante años he soñado que aparecía en mi casa por la noche y volvía a atacarme disfrazado con el camisón de mi abuela, pero esta vez no estaba mi marido cerca para salvarme.
Aunque ese día no consiguió hacerme daño físico, el daño psíquico aún lo arrastro. Lo más duro fue perder a mi abuela, su corazón no pudo soportar tanto miedo. Si Damián no hubiera llegado a tiempo…Escuchó nuestros gritos mientras cazaba conejos en el bosque y no dudó en entrar a defendernos. Creo que por eso me casé con él. Era la única persona con la que me sentía segura después de todo aquello…
Bueno, me parece que llevo ya mucho tiempo hablando, voy a pasar el turno para que hable otro compañero que no quiero monopolizar el grupo.
–Gracias por tu valentía Valentina –sentenció Eliana–. ¿Quién continúa?, ¿Gretel?, te escuchamos…