Llovía. Habíamos quedado a las 8 en la entrada, pero ya pasaban quince minutos y no llegaba. Limpiando y organizando hasta última hora. Nunca cambiaría.
Íbamos a celebrar nuestro aniversario y pensó que teníamos que hacerlo en Lamucca su restaurante favorito. Cualquiera le llevaba la contraria.
Por fin, después de esperar media hora, lo vi llegar.
Carlos, era mi amor de la infancia y después de muchos años sin vernos, un día apareció y se quedó a mi lado hasta ahora.
Carlos- Perdona Mario, pero me entretuve mandando mi último artículo al periódico.
Mario- Siempre tienes alguna excusa. ¿A ver cuándo paso a ser tu prioridad? Vamos dentro, anda.
Entramos al restaurante y dió comienzo una noche que casi me vuelve loco.
Al entrar me dió un escalofrío, no sé porqué, era un lugar conocido para nosotros, pero un aire helado me recorrió la espalda al ir hacia nuestra mesa.
Solíamos sentarnos en la misma siempre, así que nos resultó extraño que ese día nos cambiasen de sitio.
Después de un rato y, cuando estábamos terminando una estupenda ensalada, Carlos se fue al baño y cuando lo vi volver, justo en ese momento, se apagó la luz.
Me extrañó que tardase tanto en llegar hasta nuestra mesa.
Comencé a ponerme nervioso, lo llamaba sin respuesta y, de pronto, oigo a más gente gritando llamando a otras personas.
A oscuras, envuelto por los gritos y la angustia de no saber de Carlos, eché a correr chocándome con mesas y sillas, recibiendo empujones y, sin dejar de escuchar gritos de toda la gente que acabó entrando en pánico.
Realmente fueron cinco minutos, pero me parecieron eternos.
Al encenderse la luz, seguí buscando a Carlos junto a otro grupo de personas.
Busqué en los baños, recorrí los pasillos... por fin, la cocina.
Y allí estaba él...fregando los platos.