Aunque el hedor se ha vuelto insoportable para Julia, Felipe prefiere pasar
pensando en otras cosas. El olor es tan fuerte que le ha sido imposible
determinar su procedencia, así que ella ha intentado de todo para
contrarrestarlo: que corra el frío aire de invierno, velas aromáticas, inciensos de
la India, costosos perfumes, vinagre, potentes productos químicos. Angustiada,
Julia recorre todas las habitaciones de la casa con una pinza en la nariz, mientras
trata de comprender por qué la fetidez que inunda el lugar le resulta tan familiar.
De pronto, escucha un leve quejido a la distancia y armada de valor lo va
siguiendo hasta llegar al salón donde suele encontrar a su hombre. En medio del
lugar, observa que Felipe es quien produce ese inquietante sonido; cada día está
más raro y parece enfermo. Entonces, el recuerdo que la mujer había estado
tratando de olvidar estalla con violencia en su mente.
Años atrás, Julia caminaba por el bosque, cuando escapó su pequeño
Shitzu, adentrándose en un pestilente pantano. Después de perseguirlo durante
un buen tiempo, la mujer pudo ver que algo se movía en el lodo. Llena de asco,
se atrevió a acercarse y miró bien; ahí, en medio del fétido fango, un hombre
trataba de limpiarse el barro del rostro que estaba por cubrirlo entero. Ella lo
ayudó rápidamente y Felipe se dejó, hasta que con mucho esfuerzo pudieron
salir. Julia lo llevó en silencio hasta su casa y gracias a horas en el agua, logró
limpiarlo poco a poco, hasta que él mismo se fue quitando la porquería que lo
cubría, enjabonándose y raspando. Ella lo llenó de perfume y lo vistió con las
más bellas prendas que quedaban en el armario de su padre y él se sintió más
ligero, sin todo el peso de la mugre y le pareció hasta levitar. Su cuerpo era
intensamente suave, y aunque no hablaba ni una palabra, pasaban las tardes
acariciándose, tocándose como nadie lo había hecho.
Pero Felipe se ha convertido en un ser extraño y violento. Julia mantiene
la vista sobre su hombre, mientras el olor a lodo y a excremento inunda la casa.
Entonces, Felipe parece recordar la sensación del barro sobre su piel y siente el
recurrente impulso de abandonar a su mujer; pero esta vez, seguido por un
intenso dolor a nivel del estómago que le hace vomitar una sustancia oscura y
viscosa. El hombre vivió tanto tiempo en el pantano, que había tragado el fango
y aunque trataran de deshacerse de toda la mugre, les sería imposible limpiar la
que llevaba en su interior, que cada día se expandía poco a poco hasta llenarlo
por completo.