Era un niño en la cama bajo la luz pálida entrando por huecos de cemento. Soñaba con andamios y pasillos y puertas. Dormía del lado a la pared, bajo el toldo celeste cubriéndolo de los mosquitos, moscas, migalas. «Abandonad toda esperanza» escuchaba en su mente mientras una mancha purpura aparecía en sus párpados dormidos. «Aquí donde los minotauros corren deslavados por llanuras de fuego». Y la mancha púrpura se asemeja al sol que se encoge en la línea eterna del mar. Tiene los pies fríos y es un muchacho de no más de diez años. Los dientes le rechinan. Un suspiro rosado tras su espalda lo despierta; cuarto vacío es lo que ve y de rededor una silla y un velador y una cómoda y una radio encendida. La estática lo cuelga. La voz que logra salir es alejada. «Bienvenidos al programa de la hora salvaje» Sus manos palpan la sábana arrugada, húmeda, desordenada. Sus manos palpan otra mano que no es de él y se queda estático, extasiado, lobotomizado. Con el rabillo del ojo izquierdo puede ver que detrás de la radio se escucha un borboteo de líquido infrarrojo que sale de las paredes y se queda congelado antes de tocar el suelo. Su hombro siente el regurgitar de una boca que no puede ver; líquido viscoso que rueda hasta el inicio de sus nalgas y después. Su cuello experimenta la lengua de… y sus oídos escuchan el chillar cuervatico sobre los huecos de cemento. Cae la lluvia y es un torrencial aparento y los rayos se extienden al iluminar la habitación; frente a él considera que la figura alargada, flaca y espectral es solo un colgador con su distintivo suéter. El destello desprende la imagen de una migala muy grande para ser real. Un ronquido lo alerta de que no es un sueño -¿o sí?- y recuerda que es su hermana quien duerme en la litera superior. Siente miedo y dolor y frío. La primera mano que envolvía su mano izquierda había subido un poco más que a su entrepierna hasta llegar a su ombligo. No puede hablar. Su boca está cocida. «Aquí en donde todos estamos perdidos» Dice el susurro que entra por sus labios mientras se atraganta. Y la estática se vuelve terriblemente agrietante con la realidad y el espacio. Y la puerta de madera se abre de un golpe. Y el niño se levanta en la camilla de un hospital. Grita desesperado. Y todas las marcas no fueron un sueño.