Ava volvía de su cafetería favorita donde estaba leyendo la autobiografía de un futbolista.
Raro, ¿no? Es que le parecía buena persona, aunque nunca lo había visto, así que no conocía
a su sombra.
Ah, sí, un detalle importante – Ava pudo ver las sombras de la gente.
No era nada raro, simplemente las pudo ver. La mayoría eran apáticas, sin expresión, tratando
de aguantar la vida por las que les llevaba el dueño. Pero también, había otras, las de gente
buena, que devolvía al mundo la alegría que tenían por dentro. Pero, había sombras con caras
de terror, con muchas heridas en el cuerpo. Eran zombis. Estaban vivos pero sin nada por
dentro- sin la capacidad de querer, de empatizar, de sufrir. Donde antes estaba un corazón,
ahora solo quedaba un hueco podrido.
Las sombras eran lo que la gente era de verdad. La parte oculta, la que no mostramos.
Ava nunca había visto una sombra que estaba igual a la persona física. Nunca, hasta ese día.
Ella subía las escaleras hacia su nuevo piso cuando tropezó con él. Era la cosa más bonita que
Ava había visto en sus 29 años. Pelo castaño, piel morena y ojos negros. Siempre le gustaban
los ojos oscuros, pero ésos eran completamente oscuros y ella se perdió en ellos. Pero los ojos
de Ava, al mirarlo, no mostraron nada de eso. De hecho, Ava miró para arriba y suspiro,
tratando de ocultar su fascinación… Hasta que pudo ver su sombra. Pensó que estaba
mareada de haberse caído al suelo, pero no, era verdad – su sombra era igual que su presencia
física. Al ver eso, se desmayó.
Despertó media hora después un una casa desconocida, oliendo la manzanilla. Apareció el
chico, junto con su sombra, ambos sonriendo, trayéndole el té.
“No estaba seguro en qué piso vives, así que al desmayarte te traje a mi piso. Espero que no
estés enfadada. Soy Marco” – le dijo. “Gracias. Soy Ava. ”
Así de fácil era como se conocieron. Pasaron unos meses y Ava se sintió segura en sus
brazos. Estaba enamorada. Un día decidió decirle sobre las sombras, que no había hecho
nunca antes.
Le costó mucho, pero al decirlo, sintió que un gran peso se había levantado de su espalda.
Pero, la paz no duró mucho. Al siguiente instante, la sombra de Marco cambio. Era algo que
nunca antes había visto – una cara completamente oscura, nada se distinguía en ella, solo sus
ojos. Ahora, se volvieron rojos. Lo único que le pasó por la cabeza era “El Diablo siempre se
viste de lo que más queremos.” Era también lo último que pensó Ava, antes de que Marco y
su sombra se unieron y le sacaron el corazón. Marco lo puso en una caja de oro y sonriéndose
le dijo: ”Estaba esperando éste momento, no me valía tu corazón para nada hasta que era
mío. Con tu confesión me has mostrado que me perteneces y ahora lo tengo y lo voy a tener
para siempre.”