Menú de miedos.
Miro a mi alrededor y recuerdo los miedos que he tenido desde niña. Siempre los mismos: la noche, las arañas, el hombre del saco, la muerte, el señor del tufo, la muerta del armario.
Los voy rememorando todos, la noche, el lento terror a despertar, la oscuridad, la búsqueda de la luz y que unas manos me agarrasen de las piernas; sin poder respirar, sin vida. El miedo.
El lento momento de agonía en que la gran araña mordía mi muñeca, sus patas empujando y rascando mi piel; el grito, ahogado de puro miedo, el dolor, la huida, el golpe contra el armario, la sangre. El miedo.
El hombre del saco, que me metía en él lentamente; el olor a paja podrida; el bamboleo mareante; los mínimos rayos de luz; la asfixia que me atenazaba. El miedo.
Escapar de mi cama, solo para ver si mis padres respiraban; el corazón con mil latidos; el sudor en la frente; el dolor de estómago; los oídos preparados para escuchar su aliento; la angustia. El miedo.
El tufo, el señor en la cueva, en la bodega oscura que olía a moho, a hormigón y tierra, a vino rancio, que me atrapaba. Jamás vería la luz, la vela se apagaría y por las escaleras caería. El miedo.
La muerta, la noticia que me asustaba, el crimen del armario, su cadáver dentro del armario más de un mes; ¿la maté yo?
No dejo de repasar los pequeños detalles para contarlo mejor.
Me acaricia pausadamente la cabeza; “tranquila,” me dice, “hoy lo vas a superar.”
Me calma lentamente, con caricias; le veo preparar el instrumental; me extraña el ritual, un cuchillo, una copa, un tenedor.
“Confía,” me dice, “confía.”
“Calma. Respira tranquila; abandónate. Yo te cuidaré; dejaras de tener terror.” ¡Por fin! Y empieza la regresión; le abro mi mente y, de repente, lo noto. Meticulosamente, con su cuchillo de los miedos, con su tenedor de las angustias, en mi cerebro, tocándome la maldita araña peluda y la respiración gélida y maloliente del tufo, reproduciéndolos, arrancándomelos, uno a uno, saboreándolos. Grito, llena de ansiedad y angustia. Él ríe; juega con el tenedor, con mi sangre, con mi cerebro, comiéndoseme la vida.
Las estrellas Michelin se ganan así, con recetas únicas, con sabores inexplorados, con profesionalidad, con experimentación, paladeando mi vida con piel blanca, sangre roja y tinta negra de calamar. El miedo.