Me desperté sobresaltada. La noche era oscura. Había luna nueva y no
entraba ni un ápice de luz por la ventana.
Era muy extraño que yo me despertara en mitad de la noche. Mi sueño era
como un túnel sin salida, pero esa noche… algo raro pasaba.
Me senté inquieta en el borde de la cama cuando escuché un sonido hueco.
Supuse que sería lo que había provocado mi desvelo. Mi corazón comenzó a
palpitar más deprisa y mi respiración se agitó. ¿Qué es eso?, me pregunté y
comencé a buscar el interruptor de la luz. No sé si era casualidad o causalidad,
pero la luz había desaparecido de aquella casa.
Oí de nuevo ese sonido hueco. Era como si no tuviera fondo, como si fuera
inerte, muerto, sin vida. Provenía del final del pasillo.
Con el corazón encogido y casi sin aliento decidí adentrarme en la oscuridad,
mis ojos se amoldaban a ella a cada segundo hasta que pude dilucidar
sombras. Iba decidida a averiguar qué era aquel sonido.
Traspasé la puerta de la habitación, el sonido se escuchaba cada vez más
fuerte y eso provocaba que mi ritmo cardiaco estuviera fuera de sí. Quería huir,
meterme de nuevo debajo de las sabanas. Deseaba desaparecer de esa
situación.
Me planté frente al pasillo. Era largo y, en esos momentos, me resultaba muy
angosto. A penas lograba vislumbrar los objetos que se interpondrían a mi
paso. Moví uno de mis pies para comenzar mi andadura cuando el sonido se
hizo mucho más constante, ya no sólo era ensordecedor. Parecía que me
sintiera, que me esperara. Estaba aterrada, creía que iba a vomitar la sangre
que expulsaba cada bombeo de mi corazón.
Aquel pasillo infinito y angosto hacía temblar cada músculo de mi cuerpo. Paré
a mitad de camino, respiré hondo. El sonido era cada vez más hueco, como en
un sinfín. Mis dientes chirriaban. Mi mandíbula estaba tensa y encajada,
intentando mantener ese equilibro que yo ya no tenía. Pero, tras esa bocanada
de aire, proseguí mi camino. La noche seguía oscura y mis ojos ya no lograban
adaptarse más a la oscuridad.
Llegado a este punto, las piernas ya casi no me obedecían, solamente me
temblaban. Mis deseos de desaparecer de allí eran cada vez más firmes. Miré
al final del pasillo y deduje que me quedaba poco para llegar. No podía
retroceder, estaba al borde de descubrir qué era aquel sonido atronador que
casi no me dejaba oír mis propios pensamientos de miedo y tormento.
Me acerqué un poco más, pero allí no parecía haber nada. No sé si era el
fuerte sonido el que hacía llorar mis ojos o era el miedo, pero entre sollozos
logré sacar fuerzas para dar el último paso y sentí como caía al vacío. Me
engulló, desaparecí. Mis deseos se hicieron realidad.
Ya no sé dónde estoy, ya no sé ni quién soy. Ahora, desde este abismo oscuro,
hueco y sin vida intento decir mis últimas palabras: papá, mamá, os quiero.