Me despierto sobresaltado, con un intenso olor a tierra húmeda. Desorientado. No se dónde estoy y no recuerdo nada. No hay luz, la oscuridad es total. No puedo moverme. Mi cuerpo me ha abandonado, siento mucho frío y el olor a tierra mojada se hace cada vez más potente. Percibo unas voces muy lejanas. Esto me hace recapitular, conservo aún olfato y oido. Tengo los ojos muy abiertos, ahora dudo de si estoy ciego o es que me encuentro en un sitio totalmente privado de luz. Las voces, igual que la humedad, cobran más intensidad. Oigo llantos, lamentos, como letanías que vienen desde una planta superior. No pienso con claridad por la deshidratación, pero no puedo estar en mi cama. Vivo en una casa de madera aislada en mitad del campo y no tengo vecinos. Ahora puedo distinguir mi nombre con mucha claridad entre algunas voces que lo gritan con desgarro. Me sobrecoge. En un acto reflejo logro mover algo mi pie izquierdo, suena el crujido del inconfundible cuero de mis “Arthur Boanill”, mis mejores botas, importadas de Canadá. Esto me hace pensar que estoy vestido, demasiado vestido. Puedo saborear la humedad de la tierra cuando abro la boca para gritar sin éxito. Mi voz suena muy hueca, casi sorda. Estoy en un sitio reducido y mis chillidos rebotan de inmediato en algún tipo de superficie de madera. Hiperventilo. Empiezo a pensar en lo peor. En mi cabeza pasan a toda velocidad mil imágenes que recorren mi vida desde que tengo recuerdos. Cada imagen impregnada con su olor, que compite con el olor de la cruda y fría realidad. Los lamentos de arriba pasan a gemidos cada vez más distantes entre sí y más lejanos. El murmullo se va alejando, me dejo la garganta en cada grito por pedir auxilio. Todos mis esfuerzos son inútiles. Estoy agotado, paralizado y noto como cada vez se me hace más difícil respirar. Se acaba el oxígeno. Arriba ya no se oye nada. Silencio. Solo yo, con el ruido de mis pensamientos y el latido de mi corazón acelerado en una orquesta fúnebre. Quiero dormir y pensar que todo esto es un mal sueño. Dormir y despertar en mi cama. O quizás, no despertar. Me dejo llevar. Me entrego sonriendo a mi destino. Oscuridad.