-Una familia de vampiros que vino por mar...
Lady Townshend oía la voz del desconocido amortiguada por el saco que cubría su cabeza. Forcejeó con las cadenas que la inmovilizaban. Hacía un frío húmedo. Estaba segura de que los muros que devolvían el eco de aquella voz no eran los de su mansión.
-No se habla de otra cosa en tabernas, salones y despachos desde que las patrullas comenzaron a encontrar cadáveres al amanecer.
Le pareció escuchar el tintineo de otras cadenas. Comprendió que, además de ella, había más prisioneros. Una sensación de derrota la invadió: debían haber atrapado y sometido a toda la familia.
-Pero hoy vamos a terminar con eso.
El tono de la voz se había vuelto triunfal. Lady Townshend supuso que ella y su familia estaban siendo mostrados como trofeos a un auditorio invisible. La idea la puso furiosa. Intentó rasgar la tela del saco con los dientes.
-La alarma cesará pronto. Barrios y muelles volverán a parecer seguros.
Lady Townshend trató de reconstruir los sucesos. Los habían sorprendido en su propia morada. Dormían confiados mientras el criado más antiguo velaba con un arma; pero el miserable permitió que asaltaran la mansión. Se preguntó por qué no los habían matado en el acto, aprovechando la indefensión de su sueño. Para trasladarlos hasta aquel lugar, donde quiera que estuviesen, debieron necesitar varios carruajes.
-No volverán a amenazarnos si somos prudentes, si nos mantenemos en guardia y unidos.
La voz se aproximó a Lady Townshend. Le arrancaron el saco con deliberada rudeza. A contraluz de los velones que disipaban la oscuridad, adivinó varias siluetas fundidas en una única sombra silenciosa. Contó hasta seis, además del hombre que hablaba junto a ella.
-Gozaremos de un periodo de tranquilidad. Os pido paciencia, cautela y temple.
Lady Townshend miró hacia ambos lados. A la izquierda identificó a su esposo encadenado. Tenía la cabeza abatida y cubierta hasta los hombros por un saco. A la derecha colgaban unos grilletes vacíos. Algo más allá, otros retenían a su hijo mayor también encapuchado. Pero, ¿y la pequeña? ¿Dónde estaba? ¿Habría conseguido escapar?
-Por eso lo de la niña no puede repetirse. Ninguno debe quedar libre.
El hombre descubrió las cabezas de los otros dos prisioneros. Con las capuchas en la mano dirigió un gesto autoritario al grupo de siluetas. Una se destacó de entre las demás y avanzó directa hacia Lady Townshend. Era menuda y algo más baja que las otras.
-Podéis empezar. Pero recordad, queridos: mantenedlos con vida.
Lady Townshend reconoció a su hija pequeña cuando trepó por su vestido. Tenía los labios retraídos sobre dos colmillos que desgarraron la carne de su madre como cuchillas. Antes de desmayarse Lady Townshend alcanzó a ver los cuellos abiertos de su esposo y su otro hijo, cercados por la familia de vampiros que vino por mar.
-Nos habíamos vuelto descuidados y debemos reducir las cacerías. Éstos, al menos, han de alimentarnos durante un mes.