Ya iba siendo hora de cerrar el libro. Le eché un vistazo al número de páginas que tenía el capítulo siguiente para llegar a la misma conclusión que todas las noches "Venga, un capítulo más y a dormir".
Aunque la pequeña Inés no estaba de acuerdo con mi plan de lectura. Apareció en el marco de mi puerta exhibiendo una carita de perro hambriento y cogiendo de la mano a Dudu, su peluche.
-Papá, no puedo dormir.
Sin dejarme dominar por la pereza me levanté de un salto y alcé a la pequeña.
-¿Que te tengo dicho de andar descalza, bichito?
Inés rió traviesa y soltó la bomba que hizo que me cambiara la expresión alegre de la cara.
-Hay alguien en mi habitación.
Tras devolverle a su cama, ella sola se llevó la manta hasta la nariz, expectante de que ejerciera mi labor de superhéroe. Con exagerados movimientos de cuello y usando la mano como visera, eche un vistazo a cada esquina de la habitación.
-Yo no veo a nadie ¿no habrás vuelto a tener pesadillas?
Inés negó con la cabeza y señalando a mis espaldas dijo:
-Es que no has mirado en el armario, papá.
Noté cómo palidecía ligeramente mi cara. Aunque sabía que allí no había nada, mi lado más irracional no pudo evitar que disminuyera la velocidad de mis movimientos a medida que me acercaba al armario. Para convencerla a ella y a mi mismo, hinché el pecho como un palomo y abrí el mueble con decisión.
-¿Ves? Nada. Vacío. Lo más terrorífico que hay aquí dentro es el olor de tus calcetines.
Derrotada por la evidencia cayó rendida en su cama. Le di un beso en la frente y me asegure de que Dudu estuviese tan arropado como ella.
-Papá, espera… Aún no has mirado debajo de la cama.
Tanto ella como yo sabíamos que no se iba a dormir si no accedía a todas sus peticiones, así que por mucho que me pesase, iba a tener que agacharme. Con cara de actuado aburrimiento me dispuse a bajar para ver lo que allí había.
Levanté la sábana, asomé la cabeza y vi que la pequeña tenía razón. Alumbrados con la poca luz que entraba había dos grandes ojos que parpadeaban demasiado rápido para ser humanos, una mano de largos dedos, y una boca sin mandíbula cuya lengua descolgada empapaba el suelo de madera.
Haciendo bien patente mi enfado me llevé el dedo índice de mi mano a la boca para pedirle silencio a la criatura, y susurrando con sequedad le indiqué:
-Aún no.
Inés empezó a tirarme de la manga, y mientras volvía a levantarme, preguntó.
-¿Papi? ¿Hay algo bajo la cama?
Devolviendo la sonrisa a mi cara respondí:
-No, cariño, está tan vacío como el tarro de las galletas que has asaltado esta mañana.
Al fin convencida y con una sonrisa en la cara, Inés cerró los ojos.
Volví a mi cama, cogí el libro y pensé "Venga, un capítulo más y a dormir".