Estaba oscuro allí dentro. Un penetrante olor a humedad impregnaba la ropa tras la que se ocultaba. El sonido estruendoso de su corazón agitado no le impedía oír los alaridos sobrecogedores que salían de la planta baja de la vivienda. Aterrada, se tapó la boca con la mano para evitar que de su garganta brotara el grito que podría delatarla de su escondite. Estaban matando a su novio. Con los ojos desencajados, se abrazó y encogió sobre sí misma. Ahora vendrían a por ella. Sintiendo que el pánico la dominaba, se movió dentro del armario, inquieta. Y entonces dejó de respirar durante unos segundos al percibir que algo la rozaba. Comprendió, paralizada, que no se trataba de ninguna prenda de ropa. Era una mano con el tacto suave de unos dedos acariciando su brazo. Creyó enloquecer cuando giró la cabeza y, sin ver nada, escuchó entre susurros lúgubres: "Tranquila. Llevo aquí toda la vida".