Se quedó muy sola la niña macabra
se quedó esperando que la tumba se abra...
Evita era muy bonita, tenía cinco años y sus facciones eran finas, como talladas en marfil griego, piel sonrosada, carita de pómulos altos y delicada barbilla; pestañas tupidas y rizadas; labios rojos, siempre entreabiertos; cuello largo, torso delicado, piernitas largas... era magia sin fin que a cualquiera encantaba, sobre todo a sus padres y familiares.
Hija única y por tanto consentida.
Todo el ambiente estaba no sólo tranquilo, sino dichoso, no había problemas económicos, sociales ni de ninguna otra naturaleza..
Algo comenzó a cambiar, la piel de la niña se marchitaba, de la primavera pasaba al otoño sin pisar el verano y muy pronto se convirtió en un invierno con visos maléficos.
La musculatura declinaba y las consultas a los médicos desilusionaban, no sabían qué hacer. Esa enfermedad llamada progeria, no la tenía, implica calvicie y el afectado deja de crecer. Evita seguía creciendo, no presentaba degeneración celular sino sólo el aspecto degenerativo.
Al año de comenzar esta transformación, ya era un esqueleto forrado con piel cetrina y arrugada. Era macabra.
Quizá la Muerte, se había apoderado de su bello cuerpecito ¿Evita era la posesión de la Muerte? parecía que la Muerte quiso disfrazarse de humano, tomó el bello cuerpo de Evita y se metió en él como dentro de una botarga, pero como la Muerte, es la Muerte, inmediatamente dejó su belleza para adquirir el horror.
La suerte de Evita, la niña macabra, siguió en debacle porque sus padres murieron en un accidente. se refugió en una gruta cercana, en donde vivía en los pisos inundados, una rara especie de batracio casi ciego pero cuyos huevos a Evita le sabían muy bien; esos huevos y los tubérculos blancos que rodeaban la zona de la cueva, fueron su alimento.
Se fabricó un atuendo que tapaba su cuerpo y su cara, para poder deambular por la ciudad sin ser mirada como lo que era, una horrible degeneración.
A cortos tres meses de su exclusión, de su refugio en la cueva, Evita miró a un jovencito que tenía la piel cetrina y que iba cubierto por guantes, bufanda y un sombrero de ala que casi no dejaba mirar sus facciones. se paró delante de él y se descubrió el rostro... sí, eran dos encarnaciones de la misma Muerte.
Se refugiaron en la cueva y para tener variaciones alimenticias, esperaban a las personas que salían de los mercados y descubriendo sus rostros ante ellos, provocaban que tiraran sus víveres, los que robaban y devoraban en la cueva.
Llegó la policía, disparó, el joven murió y horrorizados lo llevaron a un barranco, ahí lo despeñaron.
Pero la Muerte no muere, la Muerte es perenne... Evita espera en el barranco, que el jovencito resurja, para encarnar.
Se quedó muy sola la niña macabra
se quedó esperando que la tumba se abra
para acompañarlo e ir a buscar
otro cuerpo niño para deambular.