El compañero
Ahí comienza a correr el río, enérgico, quemante. Cierro los ojos. Lo siento ir desde las uñas hasta mis entrañas. Retumban preguntas en voces desconocidas. No respondo. Decidí morir y renacer como un ser nuevo que olvidó cada nombre, rostro, dirección y teléfono. Ahora el río comienza por mis testículos para terminar golpeando la cavidad ciega. Como un afluente, la saliva cruza la comisura de mis labios resecos; la sed abraza. Más voces preguntan; no sé qué inquieren, desconozco todo, callo. Ni siquiera el grito le doy como respuesta; mi grito será sólo de victoria. Me visita su rostro, con dolor la ignoro, le ruego que se aleje, que me abandone…ella entiende. Un golpe y otro y otro más. Aprendo a ignorar al dolor, lo obligo a quedarse en el cuerpo; yo estoy en otro sitio. Por el pasillo conocido, lejanas voces quebrantes retumban llamándome. Siento que me arrastran, no logro hacer pie. Termino arrojado contra una pared, doy de cara contra ella. Le escupo mí sangre, sonrío: ella acabará por ser más humana que yo. Veo una fuente blanca. Me arrastro hacia ella, presintiendo que contiene la salida. Ahí está, muy en el fondo, sucia, pero agua al fin. Bebo hasta secarla. Ahora mis pies van acariciando el pasto bajo un cielo claro con un sol prístino. Vuelvo a encontrarme con su rostro que ahora sí, en libertad, reconozco. La nombro y dejo que me invada.