Cada día me cuesta más esconder el color. Si. mi piel se está volviendo cárdena.
Las primeras veces precedidas de un zumbido que me taladraba las sienes, un hormigueo en la nuca mientras observaba aterrada como me cercaban miles de gusanos y me iban cubriendo, inundando, succionando mis venas.
Siempre sucedía al amanecer. Al primer rayo de sol salían de mis agujeros y huían no sé dónde dejándome exhausta.
El zumbido anunciaba de nuevo esa procesión silente. Sin respetar horarios, a su voluntad me robaban la mía.
Están anidando en todos los rincones. Me roban el aire. Avanzan a través de mi sangre, se multiplican, me anulan.
He despertado. No me reconozco. Mis manos amoratadas. Oigo voces.
Será el estrés, dicen, mientras miran con asombro mi color. La medicina no encuentra remedio.
Me quedo encerrada entre estas cuatro paredes derramandome poco a poco. A salvo.
Arrastrándome como ellos, atravieso el cuarto. Quiero huir de mí.
Al ver la maleta recordé mi último viaje… Una locura, lo sé.
¿Qué habrá sido de aquel extraño con el que compartí horas encerrados en el ascensor de un hotel en Kathmandú? Su respiración era como un huracán. Yo lo achaqué a la claustrofobia.
Una situación límite que yo salvé con las técnicas de respiración que aprendí años atrás. Tuve miedo, si. Me arrastró a una dimensión desconocida, fue como si me ocupara, plácidamente, sin tocarme.
Es curioso, el mismo zumbido de aquella vez es el que oigo ahora conforme los gusanos se acercan, la misma enajenación.
Desde hace días un hilillo viscoso asoma por las comisuras de mis labios, justo como entonces, que al salir del encierro involuntario y mirarme en el espejo del ascensor, me dió asco.
Al despedirnos, el extraño lamió mi boca como si le perteneciera desde siglos y yo acepté inmóvil. Cuantas veces recordando el suceso me he sentido sucia.
Sus últimas palabras fueron. “Tu eres el enlace” y desapareció.
Vuelven los gusanos a libar mi sangre. Las voces entonan un mantra.
Ahora lo entiendo. Yo soy la divinidad azulada, el enlace. Pronto el éxodo. Espero la señal.
En qué lugar del mundo, en qué ascensor, con quien estrenaré mi poder, ¿a quién le cambiaré la vida?
Yo que tú… iría por las escaleras.
Seudónimo: La Ganduya