Querido Sam, te pienso una vez más, ahora desde la oscuridad y el silencio. Quiero decirte que te odio, te odio porque después de tantos años todavía no he conseguido olvidarte, no he conseguido curar las heridas que me hiciste, esas que se me quedarán marcadas de por vida. No puedo olvidar la ira que descargabas cuando me golpeabas y te abalanzabas sobre mí, la mujer que decías que amabas, la mujer a la que juraste cuidar y respetar.
No llego a entender por qué tras todo este tiempo me has vuelto a venir a la cabeza, supongo que eres la única persona que me importa en estos momentos, eres el único que conoce todos y cada uno de mis secretos pues formas parte de todos ellos.
Hoy he soñado contigo. El sueño me recordó a nuestros pequeños momentos de felicidad, cuando éramos los reyes de la pista en todas las fiestas a las que nos invitaban. Mis pisadas se marcaban en la arena, se oía el sonido de las gaviotas y las suaves olas me acariciaban los tobillos. Una casa se vislumbraba desde la playa, tan grande que parecía un palacio, subí la cuesta y entré por la grandísima puerta de entrada, los invitados ya estaban allí, te busqué con la mirada pero no te reconocí pues todos llevaban antifaces. ¿Recuerdas cómo nos solíamos divertir comprando aquellas máscaras que nos permitían ser otros durante la noche? Comencé a bailar pero de pronto alguien me tocó el hombro. Sobresaltada me giré rápidamente y ahí estabas tú, tan elegante como siempre.
Me he despertado aún y me he descubierto a mí misma en algún lugar húmedo y oscuro.
Los recuerdos me invaden a medida que pasan los minutos. Nuestra casa con el pequeño jardín, mi habitación y yo postrada en la cama. Hace poco más de una semana perdí por completo la movilidad de mis piernas por lo que ya no me puedo valer por mi misma ni para cocinar, lo que me resulta de lo más frustrante. La enfermedad está avanzando más rápido de lo predicho por los médicos.
Estoy escuchando un ruido, suena lejano, como muy por encima de mí. Es una especie de remover de tierra, también puedo oír mi propia respiración, a parte de eso, el silencio más absoluto. No entiendo cómo he podido llegar a esta situación, ¿quién me iba a decir que acabaría así mis días cuando te presentaste en mi tienda por primera vez? Puede que éste sea el final que me merezco después de lo que te hice pero me niego a pensar que el destino es tan injusto.
El momento ha llegado, ya no me queda oxigeno que respirar ni fuerzas para gritar, me vida se acaba, así, bajo tierra. Mis últimos pensamientos son para ti y mi último recuerdo es el de la rabia en el rostro de nuestro hijo mientras echa más tierra sobre mi cuerpo inmóvil.
Adiós Sam, quizá la tierra que nos cubre cure nuestras heridas.