Podía sentir de nuevo en la oscuridad de la casa el estrepitoso ruido que la criatura hacía al caminar y como el suelo retumbaba a sus pies. Nunca disponía de luz en su hogar y no podía ver mas allá de sus paredes, ni siquiera puede apreciar la vista de sus ventanas, ya que un abismo desconocido rodeaba la casa, de la cual nunca podía salir y ya ni siquiera lo intentaba.
Simplemente debe esperar y esperar en gran angustia a que nuevamente la criatura invisible se presente y haga de su vida lo que guste; pues es un ser caprichoso y egoísta, que entre risas trata de atrapar su cuerpo con aquellos extraños y largos tentáculos, que le aprisionan y privan de libertad.
A veces se pregunta si podría ser una pesadilla, pues no recuerda lo que pasa antes o después de que siempre trate de huir o esconderse. Esta vez agazapado tras el sofá, casi sin respiración por miedo a ser escuchado, pues nunca sabe por donde aparecerá aquel horrible ser quien siempre le atormenta.
El estruendo se ha detenido, sin embargo sabe que no es buena señal…
Un grito aterrado sale de su garganta casi seca y se arrastra cual gusano, desesperado por encontrar rápidamente otro escondrijo, ya que las paredes se han abierto como tantas otras veces a la desoladora y desconocida oscuridad que rodea su morada.
Le es imposible guardar la calma, por más veces que esto se haya repetido; el tarareo alegre y tranquilo de la bestia le hace sudar frío, casi tiene las articulaciones agarrotadas, puesto que el miedo le ha helado la sangre. Aun con estas dificultades, corre tropezando con varios muebles, cae al suelo, pero se pone en pie y prácticamente gatea por las escaleras para llegar al piso superior.
Todo era inútil; como tantas otras veces, la ventana no se podía abrir y el ático fue su último refugio. Los rollizos tentáculos, pegajosos y juguetones, rodearon su cuerpo sin cuidado alguno, haciendo presión para no dejar que pudiera soltar ninguna súplica más. Uno de sus brazos fue arrancado aquella vez entre alaridos de dolor y terror, mientras la criatura soltó un bufido y trataba toscamente de recolocarlo, cosa que sólo agravó la situación.
Una vez recolocado el brazo, zarandeó al pobre morador de la casa, golpeándole contra un gran número de muebles que acabaron cayendo al vacío, al igual que su persona cuando fue dejado por la criatura que era su verdugo diario. Criatura, que en verdad inocente, jugaba con el maldito y atrapado creador de la misma, de la cual jamas podría salir, ni pedir auxilio.