- ¿Por qué me mataste? – Sollozaba Hugo.
- No quería.
- Pero lo hiciste, papa ¿Por qué me mataste?
- Yo te quiero.
- Pero me mataste, agarraste mi fino cuello y apretaste, apretaste, hasta dejarme sin respiración.
- Pero aquí estás conmigo.
- Si, aquí estoy, ¿sabes a que he venido?
- No, yo te traigo.
- ¿Por eso no te tomas las pastillas que hay sobre la mesa?, ¿para traerme?
- Si, lo que más temo es perderte de nuevo.
- No me perdiste, me mataste, ¿Lo disfrutaste, tanto me odiabas?
- Solo quería estar contigo, te amaba.
Hugo se levantó de la silla, miró fijamente a su padre a la cara, dejó atrás el sollozo y sonrió burlonamente, como sonreiría un arlequín circense en una obra de terror, sus ojos le salían de sus órbitas, no se creía lo que su padre decía, nunca le profesó amor, solo desprecio y palizas, así que le dijo con voz atronadora, a la vez que poco a poco crecía, ya no era un niño, sino un adolescente:
- Me mataste cabrón, ahora voy a hacerte sufrir, he venido para que sepas que tus entrañas están podridas, que no tienes alma y que sufrirás hasta el fin de tus días.
Hugo agarró y apretó el cuello de su padre, esté lo miro y ya no era un adolescente, sino un adulto que sonreía con una dentadura perfecta, pero manchada de sangre que caía de sus propias encías, y que le agarraba el cuello cada vez con más fuerza, sin dejarle respirar, el padre hipnotizado por el fenómeno, en estado de shock, no se resistía, notaba como se le iba la vida, iba a morir en aquel instante, y lo haría de la misma manera que el peor de sus pecados.
- Me mataste cabrón, voy a venir todos tus putos días y sufrirás, como yo sufrí.
El agarre de Hugo cedió un poco, y su padre vio como ya no era un adulto sino un viejo decrepito, un saco de huesos el que le atenazaba, desprendía un fuerte olor a alcanfor, a muerte.
- Me mataste cabrón, esto me robaste, mi vida. Pero yo no te mataré aquí y ahora, volveré todos los días, y sufrirás, sufrirás – Dijo Hugo, dejando a un lado la voz atronadora, por un susurro que se escuchó lejano.
Hugo desapareció, su padre lloró, se le congeló el corazón, la presión en su pecho era insoportable. Había visto a su hijo, lo había visto crecer y lo había perdido otra vez, sin embargo, al día siguiente, volvería.