Iba andando de vuelta a casa. Y no podía definirlo pero, algo iba mal. Lo sentía. Un presentimiento, algo en el ambiente. Una mujer mayor que andaba sola delante de él estalló en carcajadas. La risa era estridente y aguda. Cuando pasó por su lado la vieja calló de golpe, cortando la carcajada de raíz. Tuvo que evitar el primer impulso de girarse y ver la cara de aquella loca. Solo cuando hubo avanzado varios metros se sintió con suficiente confianza como para girar su cabeza en un rápido vistazo. Pero la mujer ya no estaba. Miró alrededor en busca de gente que pudiera normalizar la situación. La de una calle normal, a una hora normal de la noche, en una ciudad normal con gente normal. Pero la calle estaba desierta. Aceleró el paso. Cuando volvió a levantar la vista casi se topa con otra mujer mayor que venía de cara. Tenía unos ojos apagados, inexpresivos pero abiertos de par en par y fijos en él. El impacto le heló la sangre y esta vez le fue imposible no girarse para mirarla, para descubrir que ella, a su vez, seguía con la mirada puesta en él y que además llevaba una correa de perro que acababa atada en la pata, aún sangrante, de algún animal peludo que no identificó. Al volverse vio que el rastro de sangre seguía muchos metros más adelante, y notó una arcada que enseguida aflojó por la sensación de terror experimentada. Decidió correr los últimos metros que le quedaban. Entonces las farolas empezaron a parpadear. No eran solo dos o tres. Todas las farolas de la calle parpadeaban con diferente cadencia su luz anaranjada y fría, sumando al miedo una angustiosa sensación de urgencia que le hizo acelerar aún más.
Cruzaba un pequeño parque cuando algo le hizo detenerse. Había un grupo de mujeres, también mayores, que reían de la misma forma que la primera. Cuando le vieron callaron. Pero lo que le llamó la atención fue la intensidad de la fogata que estaba en el centro del corrillo, chisporroteando luz rosácea. Dio un paso hacia atrás para alejarse. Al parpadeo naranja de las farolas se le sumó el azul de rayos inesperados en un cielo anteriormente despejado. Dio otro paso hacia atrás, incapaz de salir corriendo. Consiguió dar otro, y de repente una de aquellas mujeres empezó a reír de nuevo, y con una velocidad inverosímil llegó hasta donde estaba él, sintió un golpe fuerte en el pecho, y al segundo siguiente el frío se multiplicó mientras una sensación de vértigo creciente nació violenta en lo más profundo de su ser. Cuando su parte consciente comprendió que entre los flashes azules de rayos lo que estaba viendo era la ciudad, bocabajo, intentó levantar su cabeza solo para ver que estaba colgando de una escoba de madera conducida por la última vieja. Ella lo miró, sonrió, y estalló de nuevo en esa carcajada que en las alturas se hizo insoportable.