Cuando el teléfono comenzó a sonar detuvo la lectura y frunció el ceño extrañado. Se le hacía muy raro recibir una llamada a aquellas horas de la noche. Sobre todo porque él... él no tenía teléfono.
No tenía teléfono ya que estaba convencido de que a su edad la única llamada que uno puede esperar era la de la Muerte. Y aun estando seguro de que su ajada mente le estaba jugando una mala pasada, dejó cuidadosamente sobre la mesilla el libro prohibido que estaba leyendo y comenzó a buscar la fuente de aquel chirriante pitido. El sonido parecía ir desplazándose por la enorme habitación de un lado para otro. Arriba y abajo incesantemente. ¿Cómo era posible? ¿Un inexistente teléfono con vida propia?
Pudo advertir sorprendido que, paulatinamente, la llamada sonaba cada vez más fuerte. Más intensa. Más aguda y afilada. Punzante como una daga que atraviesa el tímpano. Como el cuchillo que siempre había pesado en sus manos manchadas por la sangre de un crimen jamás resuelto.
Y es que había sido un hombre maldito. Un ser podrido y áspero que había llegado a la vejez pensando que todos sus pecados habían quedado impunes a los ojos del mundo. Pero ¿y a los ojos del Más Allá? El incesante sonido de aquel teléfono espectral le traspasaba el cráneo de lado a lado e incluso por un instante creyó sentir lo mismo que sintieron sus víctimas cuando decidió condenarlas al descanso eterno.
El timbre sonaba cada vez más fuerte y más agudo y cuanto más fuerte y más agudo era el sonido, más lentos eran sus movimientos. Más fuerte era el sonido, más lentos eran sus pasos. Más fuerte era el sonido, más le costaba mover las piernas. Más fuerte era el sonido, más oscura tornaba la estancia.
El timbre continuó haciéndose insoportable hasta que sus músculos quedaron totalmente inmóviles y la habitación se convirtió en un agujero negro. En la nada más oscura dejó de respirar... pero no de escuchar.
Y así sufrió la eternidad: atravesado por el hiriente timbre de un teléfono que nunca tuvo. Paralizado esperando a que descolgaran aquellos a los que había sentenciado. Enloquecido por una llamada que en el mundo de los vivos nunca se produjo.