¡Vayan por mangos, niñas!
Lucrecia, Gertrudis y Silvestre
fueron a recolectar mangos
a las 3 de la tarde...
La más hábil, Silvestre,
trepó al mango
y desde la copa arrojaba
frutos maduros
hasta que llenaron
las dos cestas que llevaban.
¡Bájate, Silvestre!
Le gritaban sus hermanas...
¡Ya bájate, Silvestre!
...y silvestre no bajaba.
¡Ya son las 6, va a anochecer!
Y silvestre se reía recargada en el árbol.
¡Mi mamá se va a enojar!
Y Silvestre no bajaba.
¡Van a venir los changos!
Desesperadas, le lanzaban piedras a su hermana...
¡Los ladrones no tienen piedad!
...y Silvestre les arrojaba mangos.
¡Ya bájate, Silvestre!
Y Silvestre se reía recargada en el árbol.
Gertrudis cogió una piedra
del tamaño de su puño
y rodeó el mango
para aventársela a Silvestre
por la espalda:
¡ AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH!
– dejó caer la piedra al suelo–
¡No es Silvestre, no es Silvestre!
Y las niñas corrieron y corrieron y dejaron los mangos y a Silvestre en el árbol y cuando llegaron a su casa se encontraron a Silvestre jugando con sus muñecas.
¡Silvestre, qué te pasó en el mango?
Yo no fui con ustedes...
Gertrudis enmudeció por 4 meses
y el día 127 le contó a su madre lo que vió
y el día 128 la doña se murió...
Gertrudis nunca volvió a hablar con nadie,
así fue como nunca nadie supo jamás
que aquel día, en el mango,
debajo de la falda
de la que no era Silvestre
se movía y se asomaba,
se meneaba y se burlaba…