— ¿Sabes cómo diferenciar la realidad, de un sueño? —Es fácil, la realidad es la pesadilla más recurrente—. Estas palabras, fueron las que el doctor Radclif, su psiquiatra, le dijo en su primera consulta. Habían pasado 6 meses de ese momento y la verdad es que el ingreso había valido la pena. Se sentía ten bien, que de manera inesperada, habían decidido darle el alta esa misma mañana. Había llamado rápidamente a Loise, su adorada esposa, pero no contestaba al teléfono, así que pensó alegremente, en la sorpresa que se iba a llevar. Se sentía pletórico, atrás habían quedado las horribles pesadillas de cada noche, con un mismo factor común: «El Monstruo»...El mismo ser que cada noche le atormentaba, mirándole con esos horribles ojos rojos. Su cuerpo era encorvado, con brazos y piernas demasiado huesudos y largos, que terminaban en garras cubiertas de escamas. Pero lo que recordaba de manera más angustiosa, era su rostro, lleno de pústulas purulentas, y unas fauces enormes, con dientes y caninos totalmente descomunales, que siempre le mostraba cuando rugía delante de su cara y le rociaba con su fétido aliento. Parecía tan real...Pero eso formaba parte del pasado, estaba curado. Mientras que el taxi que le recogió, doblaba la esquina de la urbanización donde estaba ubicada su lujosa casa, en la pantalla de su móvil volvía a figurar «Llamada no contestada». — ¿Dónde narices se había metido?—se preguntó.
Cuando llegó, la casa estaba en silencio, pero mientras subía las escaleras, desde el dormitorio principal, pudo escuchar lo que parecían ser una animada conversación. Abrió lentamente la puerta, angustiado por la emergente certeza en su mente. Allí estaba Loise, sentada en la cama, fumándose un pitillo, con una bandeja con lo que parecía ser los restos del desayuno. A su lado atándose los cordones de los zapatos, estaba el doctor Radclif, su psiquiatra, el gran profesional...Edmund se sintió desfallecer… Y de repente lo vio… Allí estaba él...El monstruo de sus sueños le contemplaba jadeante, con sus imperturbables ojos rojos...— ¡Es real, Radclif!— ¡No era mi imaginación!—gritó—. Al no obtener respuesta, se giró repentinamente y observó la dantesca escena. Loise, se encontraba en la cama, boca abajo, rodeada de sangre por todas partes. Radclif gorgoteaba en el suelo, con un corte limpio en la yugular. De repente Edmund, totalmente enloquecido, supo ver lo irónico de la situación y empezó a reír, con unas carcajadas cada vez más sonoras y ascendentes. Para su sorpresa, el monstruo, en vez de abalanzarse sobre él, se carcajeaba igual que él, roncamente, con un extraño soniquete del inframundo...Así permanecieron los dos, contemplándose uno al otro. Hasta que Edmund, de repente dejó de reír. Ahora las lágrimas brotaban de sus ojos y cayó al suelo de rodillas, lo mismo hizo su reflejo, en la luna del enorme espejo de la puerta del armario de Caoba. Y lloró como nunca antes lo había hecho...Porqué en el espejo vio su verdadero rostro. Porqué «El Monstruo», era él