Caminaba de regreso a casa a la salida del trabajo a las 21:00 horas, por la acera de la carretera principal, en ella había situada una farola cada diez metros para iluminar bien la calle de noche, alguna que otra con la luz parpadeando intermitentemente. A mitad de camino, a 300 metros de mi destino, se empezaron a apagar las farolas una a una como si se tratase de un efecto mariposa. No podía ver nada, no disponía de ninguna linterna, y la luz del móvil no era suficiente, estaba sola en medio de una carretera, completamente a oscuras y sintiendo el frío característico del mes de enero. De repente vi un alumbrado a lo lejos, aquella tenue claridad me incitaba a acercarme a ella, reflejaba una niebla muy espesa como si fuera a devorar la singular luz de toda la vía. Me aproximaba con paso lento por la opacidad de la noche y por la enérgica corriente, parecía que en cualquier momento me iba a llevar con ella.
No se oía ningún ruido, solo el fuerte soplar del viento, ningún ave, ningún insecto, absolutamente nada. ¿Realmente estaba completamente sola?
Cuanto más cerca estaba del resplandor, pude divisar, de forma difuminada por la niebla dos siluetas, parecía que estaban discutiendo, pero yo no escuchaba ningún grito, solo pude ver un fuerte forcejeo, conseguí distinguir bajo la aislada iluminación que había, como una de las personas le propició varias puñaladas a la otra hasta desplomarse en el suelo y quedar su cuerpo tendido en la acera cubierto de sangre. El individuo homicida al darse cuenta de que le había visto salió corriendo, no pude verle la cara. Me dispuse a llamar a la policía, me di la vuelta para no ver esa imagen tan desagradable, cerré los ojos mientras esperaba que descolgaran el teléfono (al otro lado de la línea después de dos toques me respondieron), en cuanto los abrí me quedé con la boca abierta sin poder mediar palabra, pues ahora me encontraba en frente del cadáver con el cuchillo ensangrentado en mi mano y colgué rápidamente.
Quería que aquello fuese una pesadilla, pero parecía bastante real, ¿estaría soñando, era sonámbula, de verdad había matado a alguien? Miré a mi alrededor y todas las farolas permanecían encendidas, ya no había niebla. Estaba delante de la víctima sin parar de mirarla, inmóvil y anonadada por lo que creía haber hecho. Empecé a escuchar voces que se acercaban cada vez más a la escena del crimen, rápidamente cogí al sujeto inerte y lo arrastré hasta un callejón solitario; ante el estado de desesperación que estaba viviendo, un pérfido escalofrío recorrió mi espina dorsal, tenía miedo porque no tardarían en ver la sangre esparcida por el suelo y seguir el rastro, por lo que decidí que la única salida era suicidarme acabando con mi vida, dejándome caer en la callejuela al lado del ser muerto.
Jamás pensé que aquella noche fría y oscura acabaría así.