La oportunidad de explicar esta historia supone mucho para mí y para mi familia, que ha cargado con su peso durante décadas. Necesito que quede claro que, a pesar de mi reparo en hacer públicos estos sucesos, todo lo narrado aquí, es real… más de lo que vuestra lógica puede aceptar, lo sé.
El inicio de mi historia se remonta a principios del s. XIX, cuando era habitual, e incluso socialmente aceptado, jugar a la güija y establecer contacto con el más allá. Simplemente, era visto como un mero divertimento. Mi bisabuelo invitaba a sus amistades para pasar veladas fantasmagóricas, ya fuera en contacto con el más allá o con una serie de trucos que eran de conocimiento más o menos popular. Cada vez las veladas se hicieron más célebres en su círculo de amistades y necesitó una ayuda. Entonces empezó nuestra pesadilla.
Elisabeth se ofreció como ayudante. Sólo sabemos que venía del este de Europa y poco más. Lo que está claro es que pretendió ocupar el lugar de mi bisabuela desde el primer momento en que pisó la casa.
Mi bisabuela murió a los seis meses de su llegada a causa de una extraña enfermedad. A pesar de las expectativas de Elisabeth, él, no sólo la ignoró completamente, sino que se abandonó al luto perpetuo y a una melancolía casi enfermiza.
Una noche, en lo que pareció un ataque de locura, Elisabeth entró en las habitaciones de los niños y uno a uno, les cercenó la cabeza con un sable mientras dormían. La única que logró salvarse fue mi abuela, ya que, justo cuando tocaba su turno, mi bisabuelo apareció, alertado por los ruidos, y mató a Elisabeth de un palazo en la cabeza. Por supuesto, fue absuelto alegando defensa propia, pero se creó mucho revuelo y desde entonces hemos evitado el tema lo posible, como comprenderéis.
Se decía que Elisabeth estaba formada en las artes oscuras, llegando a tener un notable dominio de las mismas. De hecho, la leyenda cuenta que había una palabra, creada por ella misma, que desencadenaba un terrible conjuro de muerte, seguramente el mismo que hizo que mi bisabuela enfermase.
Ahora, en el fin de mis días, me hallo ante una disyuntiva desesperante, heredada de ese demonio.
Cuando era pequeña, yo dormía en el mismo cuarto donde Elisabeth se alojó y, una noche, por accidente, descubrí un grabado debajo del yeso de la pared que lindaba con mi cama. En efecto, su palabra maldita estaba allí.
Desde entonces todo ha sido terrible. Ella me habla en sueños y sé que, al fin, voy a morir en breve. Pero tengo una oportunidad. Puedo elegir entre una agonía horrenda o morir esta misma noche, en mi cama, plácidamente. Sólo me pide una cosa: que revele la palabra para que la maldición perdure y se multiplique.
Espero que lo entiendas, querido lector. Cuando te encuentres en mi posición te tocará a ti decidir. No tengo mala intención, sólo es que no soporto sufrir más. ZOLBRAV.