Sangre nueva
La noche no duraría toda la noche. Paseaba de un lado a otro de la habitación. Tres pasos, vuelta, tres pasos, vuelta. Colgado en la pared un letrero prohibía fumar, pero en varias ocasiones cogió un cigarro y se lo llevó a la boca aunque terminaba por arrojarlo con fuerza a la papelera.
La noche avanzaba. Tras la puerta se escuchaban los gritos de dolor de una mujer. Aullaba como si la estuvieran descuartizando.
A veces, cuando se hacia el silencio por unos segundos al otro lado de la habitación, el hombre se detenía en seco. Aguzaba el oído, aguantaba la respiración. En esos momentos podía sentirse la potencia del terror en su rostro, los ojos eran brasas al rojo vivo. La camisa mostraba surcos ennegrecidos por el sudor. Se remangó hasta los codos, se aflojó el nudo de la pajarita y se desabrochó uno o dos botones. De pronto, tras un grito espeluznante que se prolongó durante unos segundos se materializó un duro silencio. La puerta se abrió.
―Ya terminó todo ―informó, mientras se desabrochaba la mascarilla de cirujano con los dedos manchados de sangre oscura, un hombre espigado y de ojos fríos.
―¡Gracias a la Fortuna! Her doctor Frankestein…
―Todo ha salido bien, su bebé ha ya ha muerto y está chupando la sangre de la madre. ¡Enhorabuena, señor Conde Drácula!