Eran las tres de la mañana, el filo de la aguja, confirmaba la presencia de los espíritus y demonios que juegan a la libertad dimensional, cuando el sonido de la hora en punto marca el desamparo de los vivos. En ese instante, empezaba a sentir el peso de una fuerte presencia que le sofocaría hasta asfixiarlo, en un combate boca a boca, logró traspasar el ausente cuerpo del Apnea, se tiró de la cama como quién consigue escapar de los umbrales de la muerte, su rostro pálido, aguda su audición, desorbitados, los ojos confirmaron la falta de algunos cantos, para que este lapsus, pueda quedarse en la penumbra de una pesadilla: los cientos de pájaros que dormitan en la copa del árbol sembrado en el patio trasero, estaban silenciosos, los gallos debían cantar tres veces antes del alba, dormían, el ladrido nocturno de los perros en el techo de la casa contigua, mudo, parecía como si todos hubieran muerto envenenados, o desaparecidos quizá. Dentro de la casa sin embargo, todo parecía bajo control. Con la respiración agitada se dirigió hacia el pasillo, sus pies temblorosos sobre el piso frío, el ruido de la nevera destrozando los bloques de hielo completaba el panorama siniestro, _si tan solo amaneciera antes de perecer_. Las luces de toda la casa permanecían encendidas, como pasaba siempre que se dormía sin preparar el baño. Tanta normalidad aumentó la terrible sensación de ser vigilado, acosado por algún desahuciado del más allá, cuya presencia revela una culpa o algún trastorno. Todo estaba intacto, el montón de ropa parecía un montón de ropa, los cuadros seguían quietos en las paredes, cada objeto en su lugar, cada persona en su foto, _ ¿cómo puede ser posible?_ todo en su estado natural, ¿de dónde provenía entonces la aterradora convicción de sentirse al borde de ser testigo de un acontecimiento paranormal? Ni un chirrido de puerta o maullar de gatos, estarían cenitales las luces, pues la sombra no se reflejaba a cada dudoso paso que decidía dar. Luego de reafirmar la normalidad del entorno, respiró profundo, en retrospectiva hacia la habitación, fue apagando todas las bombillas a su encuentro, ahora le temblaban las manos, pero intentaba mostrarse a sí mismo, una tranquilidad incierta. Volvió a acostarse, no sin antes mirar por última ocasión las manecillas que seguían confundidas entre las tres sin llegar a las cinco; no era la hora de escapar del pánico. Se durmió, no más de un minuto pero el subconsciente registró una hora. Otra vez despertó agitado, irreprensiblemente, las dos hojas de las puertas del armario estaban abiertas, comprobó horrorizado que alguien, le miraba, sí, alguien, le miraba, tenía tres números en la frente, ¡qué extraño!, alguien, le miraba desde la cama donde él, se había acostado un minuto antes, el temor le hizo reaccionar, de un tirón, cerro las dos puertas de allá y de acá, por más que los gallos, cantaron o ladraron los perros, no volvió a despertar durante toda la madrugada de ninguna otra noche.