Y de repente el silencio. Todo ha sido un sueño, sin duda. No hay nadie en casa apuntándole con un arma. Nadie le ha atado a la silla y golpeado para que indicara el paradero de aquello que buscaba. Simplemente son cosas de la fiebre, maldita gripe.
Siente la cara empapada, el pelo, la barba. Siente un frío intenso y un calor infernal de manera simultánea. Fiebre, fiebre, abomina de la hora en la que dijo no a aquella vacuna. —Un minuto de dolor —, le dijo la doctora, —o una semana de agonía, tú eliges—. Como buen cobarde que era optó por lo último. El dolor será breve, pero seguro; la semana, una lotería. Por una vez en la vida le tocó el sorteo.
Parálisis del sueño, no hay que darle más vueltas. No poder mover los miembros es algo normal, claro que sí, ¿por qué no auto-consolarse cuando se tiene la oportunidad? El sueño, el cansancio de esas décimas extra, el agotador padecimiento de un cuerpo que lucha por defenderse de un ataque sobradamente evitable.
No hay nadie en casa. Solo él y su gripe. Nadie le ha golpeado hasta dejarlo inconsciente. Nadie le ha gritado al oído con un acento extraño ¡dónde está la puta caja! Delirios, síntomas de una febrícula venida a más. Le atormenta la espalda, las muñecas. Nada que deba extrañar, el martirio óseo va en el paquete gripal.
Nota como los pulmones a duras penas cumplen servicios mínimos. Gélido el oxígeno que movían. La tráquea, seguramente en carne viva, puede pasar por un alfiletero de sastre. Dicen que los hombres son unos exagerados cuando enferman, pero a él le sobran razones para quejarse. Y de buen gusto lo hiciera, de poder.
De repente el silencio. Un pitido en ambos oídos es lo único que siente. Frío, calor a partes iguales. Humedad que resbala por el rostro. Bocanadas de aire gélido. Las extremidades dormidas, la cabeza a mil metros del cuello, el tronco hecho un iceberg. Ahogo.
De repente el ruido. El de un rompeolas, el de una tormenta en alta mar. El bullicio de una cabeza saliendo de la bañera cubierta de hielo.
Una mano poblada de tatuajes le sujeta el pelo por detrás. Otra, tal vez su pareja, aprieta boca y nariz para obstruir la inspiración y posterior expiración. En la oreja derecha, apenas a unos milímetros, notando la caricia de un bigote ajeno en la fosa de hélix, una desagradable voz impreca pausada —¡que dónde, cojones, está, la, puta, caja!—
Y de repente no, no ha sido un sueño. De repente ansía la gripe.