La alerta sanitaria se divulgó de manera simultánea a través de todos los medios de comunicación existentes. La inquietante noticia sobre la propagación de un nuevo y mortal virus, una amenaza real contra la supervivencia de la humanidad, paralizó la rutina diaria de millones de personas. En cuestión de horas el número de muertos empezó a contabilizarse por decenas de miles; el pánico se propagó entre la población mundial con la misma virulencia del devastador virus.
En las redes sociales las noticias sobre la destrucción total de la humanidad son imparables. El mundo parece el escenario de una novela de Stephen King: cadáveres por las calles, gentes aterrorizadas y paralizadas en sus casas, en sus lugares de trabajo, en las estaciones de metro, hospitales colapsados por el número de muertos y de los que están a punto de morir...
Tras la comparecencia del presidente del gobierno, con las huellas de la consternación y el horror grabadas en su rostro macilento, confirmando que la devastación es imparable, preparé el letal cóctel (alcohol y pastillas suficientes para no despertar) que me estoy bebiendo mientras escribo estas líneas...