Hoy demolerán el mausoleo que, todo agrietado, mostrando su carne de vigas oxidadas, guarda los restos de la vieja. Era una mujer de malas artes, dicen, prostituta, ladrona… Pero tiene un mausoleo porque todos le temían.
En su lecho de paja y ceniza, mientras agonizaba, tomó del brazo a su joven aprendiz. La marca de esos dedos cadavéricos en la piel de la muchacha duró por años, así como aguantó, de boca en boca, el maleficio: O me entierran en un mauselo con todas las de la ley, o mis huesos podridos contaminarán el suelo del villa hasta hacerlo infértil, y no habrá más cosechas para ustedes, más riqueza, más vida.
Así erigieron el monumento: grandes columnas de voluptuosos capiteles, colorida vidriería, bóveda de mármol… la guarida mortuoria para los restos de una princesa, no de una vieja como aquella.Nuca tuve, en vida, una morada digna; la muerte, en cambio, me alberga en el lujo negado durante tanto. Así contaron los celadores que cantaba el viento alrededor de la tumba.
Pero la canción se fue apagando, a medida que el tiempo pasaba, que el mausoleo envejecía, solo, olvidado, sin nadie que por él se preocupara. Le temían. Sí, ese que fue erigido para espantar el miedo, se convirtió en gran causante de él: la tumba de las columnas raídas, de la piedra vetusta, de los vidrios rotos, la tumba que se levanta al lado de un cedro seco.
Da miedo, ni los celadores quieren pasar ya por allí, aunque el vientohaya dejado de cantar. Dicen que el silencio del lugar da más miedo que la antigua canción. Además, ni las ruinas ni el arbolucho combinan con una villa tan esplendorosa como la nuestra, eso dice la gente, lo mejor es demoler, cortar también ese cedro que jamás florecerá de nuevo, para no tener que ver ya el espantoso paisaje, para olvidarnos, para no temer. No existen los maleficios, como tampoco existe esa vieja prostitua y ladrona, que ha de estar vagando en el infierno desde hace oscuras centurias.
Todos están de acuerdo en eso, menos yo, que les digo: –¿Se han preguntado por qué el cedro está seco?–. Levanto la manga de mi vestido, les muestro mi brazo, la marca de unos dedos en mi brazo: –¿O por qué esto sigue aquí? –. Coloco mi otra mano sobre esa marca:–¿O por qué mis dedos cadavéricos coinciden perfectamente con estos?
Parece que no me escuchan, pues tumbanel mausoleo y cortan el cedro. Y ahora la villa vive la hambruna. Y un celador que han encerrado en el manicomio dice haber visto, en el camposanto, que las columnas volvían a estar en pie, y que el cedro, como un fantasma, mecía sus flores en el viento de la noche.