Mis manos temblorosas daban vuelta a la página del sagrado libro. El padre Abascal recitaba con voz demandante las plegarias. Un rosario envolvía su mano izquierda, lo apretaba con fuerza, y las gotas de sudor le iban trazando senderos desde la frente hasta caer en las amarillentas hojas que sostenía. Era un hombre viejo con experiencia en exorcismos, aunque eso no lo eximía del miedo. Se le reflejaba en los ojos. “Necesito que leas conmigo” me dijo, pero me era imposible concentrarme con tantos gritos y ese frío tan seco.
Estábamos en un pequeño cuarto, frente a una barra de madera colocada en una pared blanca. Había un gran espejo de cara a nosotros. Desde un principio supe que eso traería problemas, y así fue. En el reflejo se podía ver a la más pequeña de las hijas de Don Román, con el cabello ralo sobre el rostro, caminando desesperadamente de un lugar a otro. En esencia, no era ella. Y por eso estábamos ahí.
El padre seguía leyendo, cada vez más rápido y le perdí la pista. Comencé a dar vuelta a las hojas con torpeza mientras una risilla brotaba a mi espalda. Es un sueño me dije, una pesadilla. ¿Cómo terminé en este lugar? “Si es así entonces despierta” me dijo la voz tras de mí. El sonido gutural que salía de la pequeña chica apenas y podía entenderse. Era como truenos articulando palabras mientras se le desgarraban las cuerdas vocales. Una voz que podría hacer que cualquiera mojase sus pantalones con solo escucharla.
Comencé a leer, junto al padre. Y las risillas se convirtieron en carcajadas “¿Qué pretendes con ese latín?” me dijo y seguí leyendo. “Cállense” gritaba a nuestra espalda mientras el espejo reflejaba su escalofriante figura retorciéndose. Entonces se giró para golpear la puerta con ambas manos, con los hombros, con la cara “!Déjenme salir!” gritaba con su aliento putrefacto.
Abrí los ojos y ya era de día. Me sentí aliviado de haber despertado después del sol. Una pesadilla más, una de las peores.
En el piso de abajo se escuchaba mi madre alistándose para ir al trabajo. Me quedé quieto, evocando aquellas imágenes, y cuando quise levantarme mi cuerpo no respondió. Estaba pesado, dormido. Intenté mover un dedo, pero ni eso conseguí.
Aquella pesadilla había quedado en el pasado, este miedo era real. “Maldición, no puedo moverme” pensé e intenté gritar para pedir ayuda antes de quedarme solo, pero fue inútil y comencé a entrar en pánico, me sentía atrapado. Pensé en las posibilidades, … una parálisis de sueño. Y traté de relajarme, había escuchado que ese tipo de eventos es más normal de lo que se piensa. Un impulso me sacudió, como si un enorme elástico presionara cada parte de mi cuerpo y, de pronto, se rompiera dejándome libre. Lo que pasó después me dejo helado, aún me eriza la piel cuando lo recuerdo. Fue aquella voz como de trueno susurrándome al oído, vibrando dentro de mí… “¿AHORA VES LO QUE SE SIENTE…?”